Noticia
bibliográfica:
Para la redacción de esta
ficha utilicé la traducción española de Florentino M. Torner, incluida en:
Mills, Charles Wright. (1979). [1° edición: 1959]. La imaginación sociológica. México D. F: Fondo de Cultura
Económica. (pp. 206-236).
Mills escribe este texto
como Apéndice a su obra La imaginación
sociológica (1959). En ella esboza una crítica de la sociología
norteamericana y formula, aquí y allá, indicaciones sobre la metodología
predominante en dicha escuela de teoría social. Pero sólo en el Apéndice aborda
de lleno la discusión de los métodos.
Como lo indica el título,
Mills reivindica los “métodos
artesanales” frente a la estandarización imperante en el mundo académico.
“Para el investigador social
individual que se siente como parte de la tradición clásica, la ciencia social
es la práctica de un oficio.” (p. 206).
Mills define al sociólogo como un artesano:
“…habréis advertido que, como
estudiantes, tenéis la excepcional oportunidad de proyectar un tipo de vida que
estimule los hábitos de la buena artesanía. El trabajo intelectual es la
elección de un tipo de vida tanto como de una carrera; sépalo o no, el
trabajador intelectual forma su propio yo a medida que trabaja por
perfeccionarse en su oficio para realizar sus propias potencialidades y
aprovechar las oportunidades que se ofrezcan en su camino, forma un carácter
que tiene como núcleo las posibilidades del buen trabajador.” (p. 206).
El sociólogo-artesano
rechaza la separación entre su trabajo y su vida. De ahí que Mills proponga que
el sociólogo debe utilizar su propia experiencia de vida en su trabajo intelectual.
Una parte fundamental del trabajo del sociólogo consiste en examinar e
interpretar la mencionada experiencia. Para poder afrontar ese trabajo de
interpretación, el sociólogo tiene que organizar un archivo, es decir, “llevar un diario” (p. 207).
“En el archivo que voy a describir,
están juntas la experiencia personal y las actividades profesionales, los
estudios en marcha y los estudios en proyecto. En ese archivo, vosotros, como
trabajadores intelectuales, procuraréis reunir lo que estáis haciendo
intelectualmente y lo que estáis experimentando como personas. No temáis
emplear vuestra experiencia y relacionarla con el trabajo en marcha. Al servir
como freno de trabajo reiterativo, vuestro archivo os permite también conservar
vuestras energías. Asimismo, os estimula a captar «ideas marginales»: ideas
diversas que pueden ser sub-productos de la vida diaria, fragmentos de
conversaciones oídas casualmente en la calle, o hasta sueños. Una vez anotadas,
esas cosas pueden llevar a un pensamiento más sistemático así como prestar
valor intelectual a la experiencia más directa.” (p. 207).
Mills argumenta que el
hombre moderno tiene poca experiencia personal y que ésta debe ser atesorada
cuidadosamente, porque es fundamental “como fuente de trabajo intelectual
original” (p. 207). “He llegado a creer que el ser fiel a su experiencia sin
fiarse demasiado de ella es una señal de madurez del trabajador. Esa confianza
ambigua es indispensable para la originalidad en todo trabajo intelectual, y el
archivo es un medio por el que podéis desarrollar y justificar tal confianza.”
(p. 207). Llevar un archivo permite también “mantener despierto vuestro mundo
interior”, “ayuda a formaros el hábito de escribir”, “controlar vuestra propia
experiencia”. (p. 208).
[Cabe hacer notar que la
preocupación por la “originalidad” contrasta con la estandarización de la
sociología académica, así como también la preocupación de Mills por recoger la
propia experiencia choca con el énfasis en las estadísticas propio de dicha
sociología.]
Mills critica la costumbre
de escribir “planes” sólo al momento
de requerir fondos para la investigación. Afirma que el sociólogo termina
cultivando un “arte de vender”. Para evitar esto:
“Un investigador social activo que
avanza en su camino debe tener siempre tantos planes, que es tanto como decir
ideas, que se pregunte constantemente: ¿En cuál de ellos trabajaré?, ¿debo
trabajar, después? Y debe llevar un pequeño archivo especial para su agenda
principal, que escribirá una y otra vez para sí mismo y quizá para discutirla
con amigos.” (p. 208-209).
Mills concibe a la comunidad de sociólogos como un espacio
de “intercambio amplio e informal” de esos archivos de planes de los
investigadores. La comunidad mantiene orientada y bajo control la investigación
mediante ese intercambio libre acerca de problemas, métodos y teorías. Rechaza
la idea de una comunidad asentada en torno a un bloque monolítico de problemas.
(p. 209).
Propone estructurar el
archivo en un fichero de “proyectos” con muchas subdivisiones. Allí se incluyen
las ideas propias, notas personales, resúmenes de libros, notas bibliográficas
y esbozos de proyectos.
Remarca la importancia de tomar notas de todo libro leído:
“El primer paso en la traducción de la
experiencia, ya de los escritos de otros individuos, ya de vuestra propia vida,
a la esfera intelectual, es darle forma.” (p. 210).
Mills utiliza dos tipos de
notas: 1) las dirigidas a captar la estructura del razonamiento del autor en
libros importantes; 2) las que se toman de partes de libros desde el punto de
vista de algún tema particular.
El archivo es un “depósito
de hechos y de ideas que crece sin cesar, desde las más vagas a las más
precisas” (p. 210). El principal desafío para el sociólogo-artesano consiste en
aprender a utilizarlo en la producción intelectual. Mills no encuentra mejor
manera de ilustrar este problema que narrar su propia experiencia como
investigador: para ello describe cómo llegó profundizó en el concepto de “estratificación” y cómo llegó por ese
camino a estudiar las minorías. (p.
210-215).
¿Qué ocurre cuando termina
el trabajo sobre otros libros?
“Todo lo que necesitáis está en
vuestras notas y resúmenes; y en los márgenes de esas notas, así como en un
fichero independiente, están las ideas para estudios empíricos.” (p. 215).
Mills considera que la
primera parte de la investigación (el trabajo con las propias ideas y con los
libros) es la parte fundamental, en tanto que la “investigación empírica” está
condenada a ser “ligera y poco interesante” (p. 215).
“No hay más virtud en la investigación
empírica como tal que en la lectura como tal. La finalidad de la investigación
empírica es resolver desacuerdos y dudas acerca de hechos, haciendo así más
fructíferos los razonamientos basando todos sus lados más sólidamente. Los hechos disciplinan la razón; pero la
razón es la avanzada en todo campo de saber.” (p. 215; el resaltado es mío
– AM-).
Nuestro autor sostiene que
la investigación empírica debe
realizarse una vez terminado el trabajo bibliográfico y sólo cuando sea
estrictamente necesario. El trabajo de campo debe [a] “ofrecer incitaciones
para construcciones teóricas”; [b] los proyectos deben ser eficaces y claros y,
si es posible, ingeniosos. Quiero decir con esto que deben prometer rendir gran
cantidad de materiales en proporción con el tiempo y el esfuerzo que suponen.”
(p. 216).
Alienta la idea de que la
manera más económica de plantear un problema consiste en
“hacerlo del modo que permita resolver
la mayor parte de él por el razonamiento solo. Por el razonamiento tratamos de a) aislar cada cuestión de hecho que aún
queda; y b) resolver esas cuestiones
de hecho de tal manera que las soluciones prometan ayudarnos a resolver nuevos
problemas con nuevos razonamientos.” (p. 216).
Mills plantea que los problemas de investigación se dividen
en cuatro etapas: 1) los elementos y
definiciones; 2) las relaciones lógicas entre esas definiciones y elementos
(construcción de modelos preliminares); 3) eliminación de opiniones falsas
debidas a omisiones de elementos necesarios, a definiciones impropias o
confusas de los términos o a conceder indebida importancia a alguna parte del
asunto; 4) formulación y reformulación de cuestiones de hecho que queden. (p.
217). El autor ilustra esto con un ejemplo de su experiencia de investigador
(su estudio de los altos círculos de la sociedad norteamericana) (p. 217-222).
A continuación, ¿cuándo vienen las ideas? No existe una
respuesta a la pregunta, más allá de “hablar de las condiciones generales y de
algunas técnicas sencillas que parecen haber aumentado mis posibilidades de
revelar algo” (p. 222).
Aquí se trata de cultivar la
imaginación sociológica, que
consiste en una parte considerable “en la capacidad de pasar de una perspectiva
a otra y en el proceso de formar una opinión adecuada de una sociedad total y
de sus componentes. Es esa imaginación,
naturalmente, lo que separa al investigador social del mero técnico.” (p.
222; el resaltado es mío – AM -).
Propone modos definidos de estimular la imaginación sociológica:
1) Reordenar
el fichero como modo de incitar a la imaginación.
2) Una
actitud de juego hacia las frases y las palabras con que se definen diversas
cuestiones. Buscar sinónimos de palabras clave en diccionarios y libros
términos, con el objeto de conocer toda la extensión de sus acepciones. Definir
con menos palabrerío y más precisión. Descomponer un enunciado general en
sentidos más concretos. Elevar el grado de generalidad.
3) Muchas
nociones generales se convierten en tipos al reflexionar sobre ellas.
Desarrollar una clasificación nueva. Adquirir la costumbre de la clasificación transversal.´
4) Pensar
los extremos para lograr mayor profundidad en el conocimiento del problema.
5) Invertir
deliberadamente el sentido de la proporción (ejemplo: imaginar aldeas
analfabetas con una población de 30 millones de habitantes).
6) Obtener
impresiones comparativas.
7) Distinguir
entre tema (una tendencia señalada de alguna concepción importante, o una
distinción clave, como la de racionalidad y razón) y asunto (es una materia,
como “las carreras de ejecutivos de empresas”).
Dedica todo el apartado 5
del Apéndice (p. 227-233) a la crítica del lenguaje de la sociología académica.
“Yo sé que estaréis de acuerdo en
presentar vuestro trabajo en un lenguaje tan sencillo y claro como lo permitan
el asunto y vuestras ideas acerca de él. Pero como podéis haber advertido, en
las ciencias sociales parece prevalecer una prosa ampulosa y palabrera.” (p.
227).
La jerigonza imperante en la
sociología académica “tiene poco o nada que ver con la complejidad de la
materia y nada en absoluto con la profundidad del pensamiento. Con lo que tiene
que ver mucho es con ciertas confusiones del escritor académico sobre su propia
posición.” (p. 228). Mills sostiene que el lenguaje del sociólogo académico es
un intento de evitar que se lo considere un “periodista”. Intenta obtener
prestigio en un medio social que está completamente en contra de él.
Termina resumiendo su
argumento:
1) Ser
artesanos. Huir de procedimientos rígidos. Desarrollar la imaginación
sociológica. Evitar el fetichismo del método y la técnica.´
2) Desarrollar
la expresión clara y sencilla.
3) Formular
interpretaciones trans-históricas, pero no olvidar jamás la necesidad de estar
siempre en contacto con la realidad histórica.
4) Huir
de la limitación del estudio de pequeños ambientes. Poner en relación estos
ambientes con las estructuras sociales.
5) Evitar
la especialización imperante en las ciencias sociales. Buscar la plena
comprensión comparativa de las estructuras sociales.
6) Trabajar
los problemas de la historia, de la biografía y de la estructura social.
7) Saber
que se es heredero de la tradición del análisis social clásico. Comprender por
tanto a los hombres y mujeres como actores históricos y sociales, no aislados.
8) “No permitáis
que las cuestiones públicas, tal como son formuladas oficialmente, ni las
inquietudes tal como son privadamente sentidas, determinen los problemas que
escogéis para estudiarlos. Sobre todo, no renunciéis a vuestra autonomía moral
y política, aceptando en los términos de cualquier otra persona la practicidad
antiliberal del ethos burocrático ni
la practicidad liberal de la dispersión moral.” (p. 235-236).
[La posición de Mills,
aunque simpática, resulta insostenible bajo las condiciones actuales de
producción de conocimiento científico. El sistema académico implica la
estandarización, la cuantificación de la producción como criterio de calidad y
la conformación de equipos de trabajo lanzados a la casa de fuentes de
financiamiento. Todo ello va de la mano con la mercantilización del
conocimiento científico en el marco del capitalismo. En este marco, Mills nos
proponer volver a una utópica “autonomía” del científico social, que no sirve
ni para luchar contra el capitalismo ni para integrarse al sistema moderno de
producción de conocimiento. Su análisis de las causas del predominio de la
sociología académica es muy superficial (véase su análisis de la jerigonza
sociológica). ]
Villa del Parque,
lunes 14 de marzo de 2016