“La dominación
política de los productores es incompatible
con la perpetuación
de su esclavitud social. “
Karl Marx
“Juré que la
Revolución no sería un té servido
a las cinco de la tarde.
Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno
La guerra civil en Francia fue escrita por Karl
Marx (1818-1883) mientras se desarrollaba el primer gobierno obrero de la
historia, la denominada Comuna de París (18 de marzo – 28 de mayo de 1871) (1).
La obra fue publicada como manifiesto de la Asociación Internacional de
Trabajadores (1° Internacional) y expresa la posición de dicha organización
sobre la experiencia de la Comuna. Se trata de una obra que posee un gran
interés histórico, debido a que la Comuna fue el punto más alto de la
experiencia política de la clase obrera en el siglo XIX.
Pero La guerra civil en Francia posee un
interés que va más allá de lo histórico. Constituye la obra política más
importante de Marx, pues en ella vislumbra y plantea con claridad los problemas
políticos de la revolución socialista. Más claro, en la obra mencionada, Marx
aborda de lleno la problemática del Estado. Hasta ese momento, muchos
socialistas pensaban que había que apoderarse de la maquinaria estatal y
servirse de ella para instaurar el socialismo. (2) La experiencia de la Comuna,
en la que los obreros por primera vez tuvieron que hacerse cargo del poder, fue
la piedra de toque que permitió a Marx desarrollar su concepción del Estado.
Aquí, como tantas otras veces, la teoría marxista siguió los pasos de las
experiencias del movimiento obrero.
La estructura de la
obra es sencilla. Marx dedica tres apartados del texto a la historia de la Comuna
(los apartados I, II y IV). El apartado III, en cambio, está dedicado al aporte
de la Comuna en el campo de la teoría del Estado. En nuestro comentario nos
concentraremos en este último apartado.
La Comuna fue la
respuesta de la revolución obrera al problema del Estado. En este sentido, el
pasaje central del texto es el siguiente:
“La
clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del
Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.” (p. 295).
Antes de pasar a
comentar el pasaje transcripto, es preciso decir unas palabras sobre la cuestión
del Estado. Desde que existen las sociedades divididas en clases antagónicas
existió el Estado, y éste fue desde el principio un instrumento de opresión.
Más concretamente, el Estado sirvió en todas las sociedades para mantener la
dominación de los explotadores sobre los explotados. ¿Qué esta es una
concepción esquemática? Por supuesto, pero es un buen comienzo para abordar la
problemática del Estado. Si se deja de lado el carácter opresor del aparato
estatal se corre el riesgo de pensar que el Estado flota sobre la sociedad y/o
que puede encarnar los intereses de todos.
A continuación del
párrafo comentado, Marx describe el desarrollo del “poder estatal centralizado”
en Francia (p. 295-297). Dicho poder consta de los siguientes elementos:
ejército permanente, policía, burocracia, clero, magistratura. Todo ello con
arreglo a un “plan de división sistemática y jerárquica del trabajo” (p. 295).
Este aparato de dominación fue creado por la “monarquía absoluta” y “sirvió a
la naciente sociedad burguesa como un arma poderosa en sus luchas contra el
feudalismo” (p. 295). En otras palabras, la burguesía utilizó al Estado para
consolidar y mantener su poder en la sociedad. De ahí la concepción
instrumentalista del Estado, que sostiene que este último es un instrumento que
sirve a cualquier dominación, sea cual sea la clase social que la ejerza.
En nuestros días, la
concepción instrumentalista del Estado ha sido retomada parcialmente por el
progresismo latinoamericano, quien considera que el Estado es el arma de los “sectores
populares” contra el neoliberalismo y sus políticas de mercado. Por supuesto,
en el caso de nuestros progresistas, el Estado es también concebido como “la
expresión de la voluntad popular” y/o de la “voluntad de todos”. Dicho de otro
modo, el Estado pasa de ser una herramienta de opresión a un instrumento de
liberación. De esta manera, el progresismo deja de lado: a) que el Estado es
siempre una herramienta para el sometimiento; b) que el Estado actual posee un
carácter burgués.
En La guerra civil en Francia, Marx acentúa
el papel represivo del aparato estatal:
“Su
carácter político [se refiere al Estado] cambiaba simultáneamente con los
cambios económicos operados en la sociedad. Al paso que los progresos de la
moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de
clase entre el capital y el trabajo, el poder del Estado fue adquiriendo cada
vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza
pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de
clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de
clases se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente
represivo del poder del Estado.” (p. 296).
En general, pues, el
Estado es una maquinaria de opresión; en particular, el Estado capitalista es
una maquinaria de opresión de la clase trabajadora y su función es asegurar la
explotación de esta por los capitalistas. Es verdad que esto suena raro en
estos tiempos, en los que la dominación capitalista se ha vuelto tan natural
que parece invisible; pero hay que recordar que dicha “naturalidad” del
capitalismo fue impuesta a sangre y fuego. En nuestro país basta con mentar el
golpe del 24 de marzo de 1976 para recuperar la conciencia del carácter opresivo
del aparato estatal.
Ahora bien, las cosas
son más complejas que este esquema básico. En primer lugar, porque el Estado
capitalista actúa como administrador de los intereses comunes de la burguesía
en su conjunto (3); sin embargo, esta tarea no es sencilla, pues en el capitalismo
impera la competencia entre empresarios, de ahí la existencia de fracciones de
clase y la necesidad de contemporizar intereses diversos. En segundo lugar,
porque en el capitalismo los trabajadores son libres, es decir, que no se
encuentran en situación de dependencia personal como sucedía en la esclavitud o
en la servidumbre (4); la explotación de los trabajadores no puede realizarse
mediante el empleo directo del poder estatal y, además, la libertad jurídica
tiene como consecuencia la participación de los trabajadores en los asuntos
estatales, vía sufragio universal.
El énfasis (correcto)
puesto por Marx en la naturaleza represiva del Estado tiene que ser
complementado con el análisis de los mecanismos “pacíficos” (ideológicos) de
dominación.
Volviendo al tema que
estamos comentando. El movimiento obrero del siglo XIX debió enfrentar la
cuestión del papel del Estado en la revolución socialista. ¿Había que
conquistar el poder estatal y emplearlo para establecer el socialismo? O, por
el contrario, ¿había que destruir el Estado para poder construir el socialismo?
Los blanquistas y los anarquistas fueron los portavoces, respectivamente, de
estas posiciones. Los obreros parisinos descubrieron que un instrumento de
opresión no podía convertirse en herramienta de liberación. El Estado
capitalista no puede conducir al socialismo.
“He
aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un Gobierno de la
clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase
apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de
ella la emancipación económica del trabajo.” (p. 301).
La Comuna era una
forma política diferente al Estado capitalista. La conquista del poder por los
trabajadores no es concebida como el mero acto de apoderarse del Estado y
utilizarlo para otros fines. Hay aquí un rechazo completo de las teorías que
postulan la autonomía del Estado; el progresismo, en cambio, sostiene que el
Estado (que supuestamente puede ser independiente de la burguesía en tanto
Estado “popular”) es el medio primordial para lograr la “justicia social” y la “liberación
nacional y social”. Pensar al Estado capitalista como instrumento de liberación
implica negar su carácter de clase y, por extensión, rechazar la existencia de
la explotación bajo el capitalismo.
En el capítulo 3 de La guerra civil en Francia Marx describe
las medidas por medio de las cuales la Comuna desarticuló y transformó la
maquinaria estatal heredada de la burguesía. Entre ellas, destaca la supresión
del ejército permanente y la policía, la elección por sufragio universal de
todos los funcionarios públicos (y el carácter revocable de los mismos), la
separación de la Iglesia y el Estado.
A lo largo del texto,
Marx no menciona una sola vez a la dictadura
del proletariado. Pero Engels, en su Introducción a la obra (1891) toca
expresamente el tema:
“Últimamente,
las palabras «dictadura del proletariado» han vuelto a sumir en santo horror al
filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz
presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del
proletariado!” (p. 267). (5)
Como tantas otras
cosas, las derrotas del movimiento obrero en las décadas de los ’70, ’80 y ’90 del
siglo pasado provocaron que la noción de dictadura del proletariado fuese
enviada al museo de la historia. En el mundo actual, marcado por el dominio del
capitalismo en todo el planeta, es conveniente revisar algunos “viejos”
conceptos y considerar si son de utilidad para analizar y transformar nuestra
realidad. Es curioso que en un mundo marcado por la dictadura del capital
resulte “anacrónico” mentar a la dictadura del proletariado. En La guerra civil en Francia la dictadura
no alude simplemente a la dominación de los trabajadores sobre la burguesía,
sino también a que esa dictadura se ejerce a través de un Estado que ya no es
un instrumento de dominación, que se encuentra mutando hacia otra cosa. Si la
clase obrera toma el Estado tal como está, la dictadura del proletariado sería
dictadura y nada más; se mudaría de tirano sin cambiar de tiranía. No es un
problema de sentimientos o de justicia. Si la clase obrera conquista el Estado
y simplemente lo utiliza, tarde o temprano una parte de la sociedad gozará de
privilegios y explotará al resto.
Esta transformación
de la forma y el contenido del Estado va de la mano con la ofensiva sobre la propiedad
privada de los medios de producción. A diferencia del progresismo, Marx tiene
claro que la libertad política termina en esclavitud si no se elimina la fuente
de la explotación, que es justamente la propiedad privada.
“Sin
esta última condición, el régimen de la Comuna habría sido una imposibilidad y
una impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la
perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna había de servir de
palanca para extirpar los cimientos económicos sobre que descansa la existencia
de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipado el
trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el trabajo productivo deja
de ser un atributo de una clase.” (p. 301).
Si la clase obrera no
toca la propiedad privada, la revolución no implica superación del capitalismo.
Aún dominando el Estado, la clase trabajadora volverá a la esclavitud si no
suprime la fuente de la explotación. La democracia, aún la más amplia, es
esclavitud en el capitalismo, pues la persistencia de la propiedad privada
asegura la perpetuación de la dominación capitalista.
En el capitalismo,
dada la liberación de los trabajadores respecto a toda forma de dependencia
personal, existen dos ámbitos políticos: por un lado, el ámbito de la
ciudadanía, de los derechos, de la igualdad jurídica; por otro, el ámbito del
trabajo, donde los capitalistas deciden
qué, cuánto y cómo producir sin ningún tipo de consulta a los trabajadores. De
un lado, democracia en la forma; del otro, dictadura, basada en la propiedad
privada. La paradoja del capitalismo consiste en que es justamente esta
dictadura la que asegura la persistencia de la democracia.
Al apuntar sobre la
necesidad de la eliminación de la propiedad privada de los medios de
producción, Marx indica el camino para terminar con la escisión de la política
propia del capitalismo. Ese camino consiste en la combinación de la
transformación de la forma y el contenido del Estado con la propiedad colectiva
de los medios de producción.
Villa del Parque,
domingo 29 de septiembre de 2013
NOTAS:
(1) Utilizo la
siguiente traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich.
(1983). Obras escogidas. Moscú:
Progreso. (pp. 280-322).
(2) Así, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels se
refieren a la conquista del poder político por la clase obrera: “el primer paso
de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la
conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política
para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para
centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir,
del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor
rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.” (Marx, Karl y Engels,
Friedrich, Obras escogidas, Moscú,
Progreso, 1983, p. 49). Pero no dicen nada acerca de la transformación de la
maquinaria estatal desarrollada por el capitalismo.
(3) “El Gobierno del
Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de
toda la clase burguesa.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, en Obras escogidas, Moscú, Progreso, 1983, p. 34-35).
(4) “Trabajadores libres en el doble sentido
de que ni están incluidos directamente entre los medios de producción – como sí
lo están los esclavos, siervos de la gleba, etc. -, ni tampoco les pertenecen a
ellos los medios de producción – a la inversa de lo que ocurre con el campesino
que trabaja la propia tierra, etc. -, hallándose por el contrario, libres y
desembarazados de esos medios de producción.” (Marx, Karl, El capital: Crítica de la economía política, México D. F.; Siglo
XXI, 1998, Tomo I, volumen 3, p. 892-893).
(5) Marx, Karl y
Engels, Friedrich. (1983). Obras
escogidas. Moscú: Progreso.