sábado, 26 de enero de 2013

PERONISMO Y MOVIMIENTO OBRERO EN LOS TIEMPOS DEL KIRCHNERISMO



Hubo un tiempo en que la dirigencia del movimiento peronista decía que “el movimiento obrero era la columna vertebral del peronismo”. El tan mentado carácter plebeyo del movimiento peronista es inseparable de esta conjunción con el movimiento obrero. John William Cooke pudo afirmar que “el peronismo era el hecho maldito del país burgués” porque dicho movimiento se asentaba en la clase trabajadora. 

La asociación entre peronismo y clase obrera se modificó drásticamente a partir de la dictadura militar de 1976-1983. El logro más duradero de la dictadura consistió en reducir al movimiento obrero a la impotencia política. En otras palabras, si los sindicatos fueron un factor central en la política argentina entre 1945-1976, luego de la represión llevada a cabo por los militares perdieron la capacidad de incidir de manera significativa en el escenario político. No se trató, por cierto, de un fenómeno exclusivamente argentino. La derrota de la clase obrera argentina formó parte de un vasto proceso de derrotas sufrida por el movimiento obrero a nivel mundial entre las décadas del ’70 y del ´90. El neoliberalismo fue, ante todo, una ofensiva a fondo contra la clase trabajadora, plasmada en la dispersión de los trabajadores y en la legislación antiobrera conocida como “flexibilización laboral”.

La dirigencia peronista posdictadura tomó nota de la derrota de los trabajadores y obró en consecuencia. La “renovación peronista”, el menemismo, el kirchnerismo, fueron etapas en la aceptación del carácter marginal del movimiento obrero en la vida política del país. La “columna vertebral” dejó de ser “columna” y “vertebral” y pasó a ser considerada, a lo sumo, como un factor de poder más, diluido entre otros tantos. 

Los cambios estructurales experimentados por la economía argentina de 1983 en adelante reforzaron la fragmentación de la clase trabajadora y potenciaron su debilidad. La década del ’90, vía el peronismo menemista, representó el clímax de la ofensiva contra los trabajadores, plasmada en una legislación que se ocupó de desarmar las conquistas obtenidas por los sindicatos durante la etapa anterior al golpe de 1976. Dicha ofensiva fue posible, entre otras cosas, por los efectos de la hiperinflación de 1989 y la elevada desocupación persistente a lo largo de toda la década. 

El kirchnerismo llevó adelante una reconstitución del régimen de acumulación de capital. La crisis del régimen de acumulación neoliberal en 2001 mostró la imposibilidad de continuar por el camino de los ’90. En este marco, el kirchnerismo logró articular una salida a la crisis basada en la devaluación, los bajos salarios, la continuidad de la fragmentación de la clase trabajadora (el trabajo “en negro” reemplazó a la desocupación como factor central en la debilidad de la clase obrera) y el apoyo a la burocracia sindical. En este sentido, la alianza entre Néstor Kirchner y Hugo Moyano no significó una reconstitución de la vieja “columna vertebral”, sino el reconocimiento público de la nueva posición ocupada por el movimiento obrero en el seno del peronismo. Moyano aceptó ser socio del nuevo régimen de acumulación a cambio de garantizar la “paz social”. Dicha “paz” requería el reconocimiento de la legislación laboral del peronismo menemista y el hacer “la vista gorda” frente a la situación de los trabajadores “en negro”. Paritarias para los trabajadores “en blanco” y distintos grados de esclavitud laboral para los trabajadores “en negro”. El cacareo de la prensa “opositora” contra Moyano aliado de los Kirchner, la demonización del dirigente sindical aludiendo a su supuesto poder para hacer casi cualquier cosa, sirvió para ocultar prolijamente que el sindicalismo jugó un rol secundario y subordinado en el nuevo régimen de acumulación de capital promovido por el kirchnerismo.

La presidenta Cristina Fernández expresa como pocos la concepción del peronismo pos dictadura respecto al movimiento obrero. No hace falta rasquetear la pared para demostrar el papel que Cristina le asigna al sindicalismo. Así, Cristina ha calificado repetidas veces de “chantaje” a las medidas de fuerza llevadas adelante por algún sector de los trabajadores. Así, Cristina ha sostenido que los trabajadores deben estar contentos por tener trabajo y no padecer la desocupación como en los años ’90. Así, Cristina ha manifestado muchas veces que el rol de los empresarios consiste en invertir, en tanto que los trabajadores deben dedicarse a trabajar. 

Cristina no considera como un mal que la mitad de la clase trabajadora se encuentre “en negro”, o subocupada, o desocupada. 

Cristina planteó hacia fines del año pasado la necesidad de “democratizar” el Poder Judicial, pero no dijo jamás una palabra acerca de la necesidad de democratizar las organizaciones sindicales. Recomendamos al lector que haga el intento de armar una lista alternativa a la conducción en cualquier sindicato, y luego nos cuenta los resultados.

Al producirse la ruptura con Moyano, Cristina se apoyó en los llamados “gordos”, simpático eufemismo para denominar a los dirigentes sindicales que demostraron una enorme combatividad…siempre en contra de los trabajadores.

En otros tiempos, más candorosos, algún peronista podría haber dicho que Cristina era una presidenta “gorila”, en el sentido de apoyarse en los empresarios y no en el movimiento obrero. La cuestión es, por cierto, más compleja. Cristina es el exponente más claro de una generación de dirigentes políticos alumbrada por la derrota de los trabajadores en 1976. Para ella, como para el resto de su generación, el capitalismo es el horizonte intelectual y no es posible sacar los pies del plato. La emancipación nacional y social no es otra cosa que la aceptación de las reglas del juego del capital. Sólo así es posible entender como Cristina no se sonroja cuando afirma muy suelta de cuerpo que “los empresarios la levantan con pala”, haciendo referencia a las ganancias del capital bajo el nuevo régimen de acumulación. 

La visita de Cristina Fernández a Vietnam es un buen ejemplo de su concepción del movimiento obrero y su papel en la sociedad. Lejos de aquella vanguardia en la lucha contra el imperialismo norteamericano, Vietnam es hoy un campo fértil para que las empresas transnacionales aprovechen la mano de obra barata y obtengan enormes ganancias. Los trabajadores vietnamitas padecen en carne propia el pragmatismo de sus dirigentes. En este sentido, los elogios de Cristina hacia Vietnam cobran un significado un tanto diferente al que le atribuyen alguno de sus partidarios:

“Entonces cuando uno ve cómo se han recuperado, cómo han salido y lo que es fundamental: no hay odio, no hay rencor, al contrario, hay mucho trabajo, hay mucho sacrificio, hay mucho deseo de trabajar y de progresar, yo me acordaba de nosotros y decía qué buena lección para aprender todos y seguir tirando para adelante.” (1)

En otras palabras, los trabajadores trabajan, se rompen el lomo, y los empresarios ganan dinero, mucho dinero. Todo ello sin “odio” ni “rencor”. En este mundo ideal de Cristina, ¿qué sentido tiene, por ejemplo, un 17 de octubre?

Las expresiones de Cristina no son sólo unas notas de viaje. En el mismo discurso hace una advertencia a los dirigentes sindicales que se encuentran negociando salarios en las paritarias:

“El lunes nos visita el director general de la OIT, lo vamos a recibir, y bueno, los pronósticos en el mundo en cuanto a trabajo no son nada buenos, por eso por favor aterricemos en el mundo con buena onda, con buenas actitudes para lograr acuerdos, porque es imprescindible acordar. No es cuestión de ponerse a gritar, en España están gritando todos los días, todos los días gritan pero cada vez la desocupación sube más, el 26 por ciento. Con lo cual no es cuestión de grito ni de prepoteo ni de fuerza; inteligencia, ingenio, acuerdo, ver cómo mejoramos los recursos, cómo incentivamos el mejor aprovechamiento de las cosas. Hagámoslo.” (1)

En criollo, la protesta y la lucha no conducen a nada. De paso, resulta curiosa la mención del caso español para aleccionar a los dirigentes sindicales argentinos, pues durante años los propagandistas del kirchnerismo han declamado acerca de las diferencias entre España y Argentina. Para Cristina, el sindicalismo tiene que aceptar las pautas salariales queridas por el gobierno. ¿Qué la inflación es superior a esas pautas? , ¿Qué existe una enorme heterogeneidad en los salarios de los trabajadores?, ¿Qué las ganancias empresarias han sido enormes durante la década kirchnerista y que no se han “derramado” sobre los trabajadores? Todos estos son temas menores para Cristina. Para el kirchnerismo, el motor de la economía es el capital y es necesario lograr que los capitalistas inviertan. Los trabajadores no tienen otros roles que trabajar y consumir para fomentar el mercado interno.

Subordinación y valor. Todo sea por la emancipación nacional y social. O, siendo realistas, para ayudar a que los empresarios “la levanten con pala”.

Villa del Parque, sábado 26 de enero de 2013

NOTAS:
(1) Discurso pronunciado por Cristina Fernández en el acto de entrega de viviendas, celebrado en el Salón de las Mujeres Argentinas del Bicentenario, el 25 de enero de 2013.

jueves, 24 de enero de 2013

FICHA DE LECTURA: DURKHEIM. LAS REGLAS DEL MÉTODO SOCIOLÓGICO. CAPÍTULO II




Este trabajo es producto de la lectura del capítulo II ("Reglas relacionadas con la observación de los hechos sociales") de Las reglas del método sociológico (1895) de Emile Durkheim (1858-1917). De ningún modo constituye una revisión exhaustiva de los temas tratados en dicho capítulo. Se trata, sobre todo, de una lectura centrada en los fundamentos epistemológicos de la sociología de Durkheim.

Utilizo la siguiente edición: 

Durkheim, Emile. (1976) [1° edición: 1895]. Las reglas del método sociológico. Buenos Aires: La Pléyade. Traducción de Aníbal Leal.

A mi juicio, los puntos fundamentales del capítulo son los siguientes:

1] La ubicación en el plano de la teoría social y en el plano político de la sociología durkheimiana. 

2] La crítica de la denominada sociología ideológica.

3] El concepto de prenociones.

4] La cuestión del sensualismo como respuesta al problema de la construcción de una sociología objetiva.

5] Objetividad y política en la sociología durkheimiana.

A continuación, paso a trabajar cada uno de ellos:

1] Posición de la sociología de Durkheim en la teoría social y en la política de su época.

En el plano político, Durkheim se ubica claramente como intelectual orgánico (en el sentido que Gramsci le da a la expresión) de la burguesía francesa, la cual se hallaba enfrentada tanto a amenazas por derecha (monárquicos) como por izquierda (socialismo). Su construcción de la sociología “científica” intenta legitimar una forma peculiar de intervención política. 

En cuanto a la teoría social, Durkheim se posiciona frente a las que él denomina “sociologías ideológicas” (básicamente, las de Comte y Spencer, págs. 44-46), pero también frente a la economía política (págs. 48-50). 

En el capítulo II no menciona explícitamente a los socialistas, pero hay una referencia implícita en pág. 42:

“En lugar de tratar de comprender los hechos adquiridos y realizados, se propone inmediatamente realizar otros nuevos, más adecuados a los fines perseguidos por los hombres.” (pág. 42).

Es importante destacar que Durkheim considera que todas estas posiciones son “ideológicas”, en el sentido de que parten de las “ideas” que poseen sus autores acerca de la realidad, y no de los hechos. En otras palabras, Durkheim plantea una contraposición entre ideología y objetividad.

2] La crítica de la “sociología ideológica”

En rigor, cabe apuntar que Durkheim no sólo tilda de “ideológicas” sólo a las sociologías de Comte y de Spencer, sino que también extiende este calificativo al plano de la moral y de la economía, considerando que se trata de la posición imperante (págs. 47-48).

Es importante tener en cuenta, para la comprensión del sentido que le da Durkheim al concepto, que la ideología es concebida, ante todo, como una cuestión epistemológica, es decir, como el producto de poner a las ideas en el lugar de las cosas. (pág. 95). No hay ninguna referencia a la producción social de la ideología. Todo queda reducido a un problema individual (del sociólogo o del economista) o, en su defecto, a un problema gnoseológico. El punto de vista adoptado por Durkheim constituye un terreno adecuado para refutar a las sociologías de Comte y Spencer sin tener que caer en un estudio del proceso de producción y reproducción social. De hecho, la solución que aporta Durkheim al callejón sin salida de las prenociones es una solución basada en una decisión individual del investigador social. (1).

Para refutar adecuadamente la noción durkheimiana de la ideología es necesario partir de una concepción que ubique a la ideología como una parte del proceso de apropiación intelectual y material de la realidad por los seres humanos. Desde esta perspectiva, la ideología es una relación social y no una manifestación individual. Para realizar esto es imprescindible elaborar una concepción de la totalidad. Durkheim abordó este problema mediante el par conceptual organismo-función. No es este el lugar para desarrollar dicha cuestión, pero corresponde mencionarla pues permite empezar a comprender las diferencias con la noción de totalidad en Marx.

3] Las prenociones.

Para criticar a las sociologías “ideológicas”, Durkheim elaboró su teoría de las prenociones
(2). El pasaje clave es:

“Como el detalle de la vida social desborda por todos lados a la conciencia, no tiene de aquélla una percepción suficientemente perfilada para sentir su realidad. Como no hay en nosotros vínculos bastante sólidos ni suficientemente próximos (..) si se nos escapa el detalle y las formas concretas y particulares, por lo menos nos representamos los aspectos más generales de la existencia colectiva de manera aproximada, y precisamente estas representaciones esquemáticas y sumarias constituyen las prenociones que empleamos para los usos corrientes de la vida.” (pág. 43).

En el pasaje citado se encuentran tanto los puntos fuertes como las limitaciones de la epistemología durkheimiana. Las prenociones no constituyen una aberración o un error individual, sino que expresan la solución más común al problema del conocimiento de lo social (problema que, por cierto, es de índole práctica). Para sobrevivir y desenvolvernos en la sociedad, son necesarias ideas que den cuenta del funcionamiento de la misma y de la posición que ocupamos en la misma. Estas ideas, “producto de experiencias repetidas” (pág. 44), son las prenociones. De este modo, las prenociones, en tanto fuente de error epistemológico (es decir, creer que son la realidad, no ideas sobre esa realidad), emanan de las condiciones de existencia de los seres humanos. Pero Durkheim no da el paso siguiente y no se interroga acerca de las causas que hacen que nuestra existencia social se caracterice por la inexistencia de vínculos “sólidos y próximos”. La cuestión se reduce a un problema epistemológico, y su solución depende de la adopción del mismo “estado mental” de los científicos naturales (págs. 51-52). La referencia a la psicología (págs. 52-53) es significativa, pues la adopción del principio “tratar los hechos sociales como si fueran cosas” es presentada como el resultado de un proceso exclusivamente intelectual.

Está claro que no es correcto tratar la historia de cualquier disciplina científica ignorando el contexto social en que se desarrolla la misma. Y esto no porque sea de buen tono decir algo acerca del marco social, sino porque es ese marco el que l las vuelve inteligibles las teorías sociales. Durkheim, en todo este capítulo, presenta la evolución de la teoría social (sociología, moral, economía política, psicología) como un proceso interno, sujeto a una problemática meramente epistemológica o intelectual, con el agravante de una concepción individualista del científico, según la cual las innovaciones en las ciencias son el resultado de los cambios de actitud de los individuos. Hay que insistir que esto último se vuelve comprensible si se tienen en cuenta las limitaciones de una concepción organicista-funcionalista de la totalidad.

Ahora bien, dado lo expuesto hasta aquí, queda claro que la teoría de las prenociones no puede fundar una ciencia de la sociología, cuya objetividad sea la de la física (en su versión newtoniana). Las prenociones derivan de las condiciones de existencia de los individuos. En el límite podrían existir tantas prenociones como individuos hay en la sociedad. 

¿Qué hacer?

4] La teoría sensualista y la construcción de una “sociología científica”.

A partir de la mitad del capítulo II (págs. 54-64), Durkheim pasa a hacer una crítica de la epistemología basada en las prenociones. En definitiva, si se quiere ganar la objetividad (entendida como el conocimiento de las cosas tal como son, sin ninguna deformación o mediación motivada por preferencias o valores subjetivos – individuales-).  Así, Durkheim sostiene que “es necesario desechar sistemáticamente todas las prenociones” (pág. 54). 

Ahora bien, puesto que las mediaciones aparecen entre el sujeto que conoce y los objetos conocidos (empleo aquí el viejo vocabulario empirista), desechar las prenociones implica liquidar las mediaciones. ¿Qué queda entonces? El reconocimiento de que la relación sujeto-objeto es directa, y que los sentidos conocen directamente los objetos. He aquí la teoría sensualista en todo su esplendor: “para ser objetiva, la ciencia debe partir no de los conceptos elaborados sin la sensación, sino de esta última” (pág. 64). Es decir, la objetividad surge del hecho de que la materia prima de la ciencia social son los datos aportados por los sentidos, no las ideas que tenemos acerca de la realidad social. Esto no significa, por cierto, que la mera acumulación de datos implique que estemos frente a una sociología científica. El científico está obligado, si quiere ser objetivo (en el planteo durkheimiano, ser objetivo equivale a ser científico), a eliminar la subjetividad de los datos brindados por las sensaciones. Otra vez, la búsqueda de la objetividad se convierte en un círculo, en el que la objetividad se gana a costa de dosis mayores de subjetividad.

La teoría sensualista propuesta en el capítulo II es una variante del viejo empirismo. Coincide con éste en que los sentidos nos conectan directamente con los objetos conocidos, sin que sea precisa la intervención de ningún mediador. No obstante, Durkheim reconoce que el empirismo no es garantía, per se, de objetividad. De ahí su prédica para que el investigador deje de lado los componentes subjetivos de la sensación. Es claro que resulta absurdo pensar que en las últimas décadas del siglo XIX era posible seguir siendo empirista en los mismos términos que en el siglo XVII. Sin embargo, en las págs. 64-67, Durkheim se acerca a la posición del siglo XVII. Los reparos que pone, en forma de exhortaciones a los sociólogos, no pueden ocultar que Durkheim se negaba a ser consecuente en este punto, pues: o bien, a) los sentidos son fuente de información objetiva acerca del mundo social (y, por tanto, el investigador pasa a ocupar un rol meramente pasivo, siendo una especie de receptor y acumulador de datos), o bien b) los sentidos son tan subjetivos como las prenociones y, por ende, no pueden ser utilizados como garantes de una imparcialidad absoluta. En mi opinión, aceptar la opción b habría implicado para Durkheim el regreso a la teoría de las prenociones, y ésta tenía puntos de contacto con la teoría de la ideología propuesta por el marxismo.

Además, cabe mencionar otra cuestión. El viejo empirismo surgió en el campo de las ciencias naturales. Durkheim no dice una palabra para justificar su empleo en el terreno de las ciencias sociales. (3). No tiene en cuenta la existencia de una especificidad de lo social frente a las ciencias de la naturaleza.

5] Objetividad y política en la sociología durkheimiana.

La búsqueda durkheimiana de una teoría epistemológica que garantice la objetividad de la sociología científica cobra sentido si se la ubica en el proyecto político de Durkheim.

La cientificidad de la sociología obraba como elemento legitimador de la intervención en el campo de la política. Desde el punto de vista de un intelectual orgánico de la burguesía francesa era necesario construir una ciencia de la sociedad que transformara la lucha de clases en un problema de adecuación normas-funciones, y no en un conflicto en torno a la propiedad privada de los medios de producción. Si esta posición se apoyaba en la teoría de las prenociones, el argumento durkheimiano quedaba reducido, desde el punto de vista de la legitimidad, a una tesis ideológica, basada en la experiencia particular de determinados individuos. 

Las vacilaciones y saltos de la epistemología durkheimiana son una expresión acabada de la imposibilidad de fundar una sociología “unificada” en el marco de una sociedad dividida en clases sociales con intereses antagónicos.

Villa del Parque, jueves 24 de enero de 2013

NOTAS:

(1) El adoptar la misma “actitud mental del científico natural”, el famoso “tratar los hechos sociales como si fueran cosas”.

(2) Durkheim tomó el concepto de la noción de idola del filósofo inglés Francis Bacon (1561-1626). (págs. 42-43).

(3) Tampoco dice nada respecto al empleo de analogías físicas y biológicas en la sociología.

sábado, 19 de enero de 2013

FICHA DE LECTURA: COMTE. DISCURSO SOBRE EL ESPÍRITU POSITIVO. CAPÍTULO 1





Advertencia: Este trabajo no es más que un punteo producto de la lectura del capítulo 1 del Discurso sobre el espíritu positivo de Auguste Comte (1798-1857) (1). Quien busque un examen exhaustivo o un desarrollo de los temas planteados por Comte debería abstenerse de la lectura de estas notas.

Del examen del capítulo 1, se desprenden los siguientes puntos fundamentales: 

1] La filosofía positiva como sistema que unifica el conocimiento desarrollado por las ciencias particulares.

2] Las diferencias entre positivismo y empirismo.

3] La teoría de los tres estados.

4] El idealismo en la teoría de los tres estados.

5] La “metafísica” de la teoría de los tres estados.

A continuación, paso a desarrollar cada uno de esos puntos:


1] Positivismo y unificación del conocimiento de las ciencias particulares

Desde fines del siglo XVIII, la economía era la forma dominante en la teoría social. En su Investigación sobre la riqueza de las naciones (1776), Adam Smith (1723-1790) sostuvo que la fragmentación del estudio de lo social constituía el mejor modo de aumentar el conocimiento sobre la sociedad. En otros términos, la teoría social tenía que implantar en su seno la división del trabajo. Dicha estrategia implicaba el surgimiento de un nuevo problema: ¿Quién se encargaba de unificar ese conocimiento? O, mejor dicho: ¿Quién reconstruía a la totalidad social, invisible en cada una de las investigaciones especializadas?
Hay que tener presente que la teoría social moderna se constituyó mediante una ruptura radical con la tradición clásica. Uno de los ejes de esa tradición era, precisamente, la concepción de la totalidad. La economía clásica expresó el abandono de la totalidad mediante la adopción del individualismo metodológico

La tentativa unificadora de Comte debe ubicarse, pues, en el marco de una reacción contra la fragmentación y la “invisibilidad”  de la totalidad (esta reacción fue continuada luego por Durkheim). En el texto se encuentra una mención directa al propósito comteano cuando se refiere al “objeto de este discurso” (p. 65).

2] Distinción entre positivismo y empirismo

Es habitual pensar que el positivismo es sinónimo de empirismo, entendiendo por este último a la concepción epistemológica que postula que los hechos empíricos son la fuente del conocimiento científico. Según los empiristas, los científicos tienen que dedicarse a la observación de los hechos, para así acumular una masa crítica de datos a partir de la cual puedan inferirse las leyes científicas. En resumen, los hechos son lo primario, y las teorías vienen a posteriori.

En el capítulo 1 del Discurso puede observarse que Comte no es un empirista en el sentido de la definición formulada en el párrafo anterior. Así, “el verdadero espíritu positivo no está menos alejado, en el fondo, del empirismo que del misticismo” (pág. 80).

Comte afirma que la mera recopilación de datos no conduce a las leyes científicas. Esta recolección de datos tiene que ser guiada por el pensamiento especulativo. El ideal de la ciencia moderna no es la observación, sino la predicción racional (apoyada en el principio de la invariabilidad de las ciencias naturales).

Lo expuesto en el párrafo anterior no implica negar la centralidad que tienen los hechos empíricos en el positivismo comteano. Basta leer el § 12, dedicado al estado positivo, donde afirma que la regla fundamental de la filosofía positiva es la siguiente:

“Que toda proposición que no sea estrictamente reducible al simple enunciado de un hecho, singular o general, no puede ofrecer ningún sentido real e inteligible.” (pág. 77).

Esta primacía de los hechos, con su correlato de abandono de la búsqueda de las causas últimas, constituye la base del positivismo. En el esquema formulado en el capítulo 1, la mencionada primacía es contrapuesta a la situación en los estados teológico y metafísico. Pero hay que tener en cuenta que los hechos son el “material indispensable” de la ciencia, pero ésta tiene por objeto la predicción (pág. 80). La aclaración no es menor. Hay que evitar pensar al positivismo comteano como si fuese una caricatura o bien una forma madura del empirismo.

3] La teoría de los tres estados

La exposición clásica de la teoría de los tres estados se encuentra en este capítulo (págs. 69-83). Dado que es bastante conocida, no voy a detenerme en ella. Me interesa, en cambio, hacer notar que el proceso de los tres estados corresponde tanto al individuo como a la especie (pág. 69), pero Comte no usa el término sociedad. Mi opinión es que esta ausencia es consecuencia de que Comte  no toma en cuenta (salvo alguna indicación aislada, como en pág. 79, donde señala el origen social de nuestras concepciones) la relación entre las ideas y el contexto social en el que se producen aquellas.

Comte propone su teoría de los tres estados al principio del Discurso. Como apuntamos antes, esta teoría se aplica tanto a la evolución del individuo como a la de la especie. Ahora bien, ¿a qué parte de estas evoluciones se aplica la teoría? En el capítulo 1 se emplea para referirse a la “razón humana” (pág. 69). Los estados teológico, metafísico y positivo son etapas en el proceso de evolución del pensamiento, tanto en el individuo como en la especie. No se trata (por lo menos aquí) de etapas que correspondan a la evolución material de las sociedades. (2).

Corresponde indicar que no se trata de una teoría meramente descriptiva, en la que el autor no toma partido ni hace consideraciones sobre los diferentes estadios. Es, por el contrario, una teoría jerárquica, en el sentido de que el estadio positivo es el escalón superior. De hecho, Comte considera que dicho estadio es el punto de llegada necesario y deseable de la humanidad.

4] El idealismo en la teoría de los tres estados

A partir de lo expuesto en el punto anterior, podemos hacer la crítica de la teoría de los tres estadios. En el capítulo 1, Comte no aporta un solo hecho sobre el cual apoyar su teoría. Por el contrario, cuando trata de defenderla recurre constantemente a “necesidades” (pág. 69), “espontánea predilección” (pág. 69), “espíritu humano” (pág. 70 y ss.), “tendencia espontánea a la simplificación” (pág. 71), “tendencia involuntaria” (pág. 71), etc., etc. El motor del progreso se encuentra, entonces, en el despliegue de las tendencias espontáneas del espíritu humano. No hay ninguna referencia (salvo pág. 79) a las condiciones sociales de producción del conocimiento. El pasaje de un estado a otro (en verdad, toda la teoría) se mueve en el vacío, en el plano de las ideas desligadas de su conexión terrestre. De ahí que todo el enfoque esté estructurado como una confrontación entre las distintas formas del pensamiento religioso y las diversas formas del pensamiento filosófico. 

El idealismo subyacente a esta concepción encuentra su expresión concreta en el pasaje de la pág. 73, en el que examina la función social de la filosofía primitiva (estado teológico): 

“Esta filosofía primitiva ha sido tan necesaria para el desarrollo inicial de nuestra sociabilidad como para el de nuestra inteligencia; sin ella, bien por constituir primitivamente estas doctrinas comunes, bien por suscitar espontáneamente la única autoridad espiritual que pudiera entonces surgir, el vínculo social no habría podido adquirir ni extensión ni consistencia.” (pág. 73).

Las ideas (las filosóficas, no las de cualquier hijo de vecino) son las que, en definitiva, constituyen los vínculos sociales. El cemento social es la ideología (dicho esto en términos más modernos). El desarrollo posterior de esta concepción idealista de las relaciones sociales puede ser rastreado en la obra de Durkheim.

5] El carácter metafísico de la teoría de los tres estados

En la sección del capítulo 1 dedicada al estado metafísico, Comte efectúa una dura crítica de la metafísica (sobre todo en pág. 75). 

Sin embargo, y dados a) el carácter idealista de los fundamentos de su concepción; b) el recurso a las “tendencias del espíritu humano” para explicar el pasaje de un estado a otro; cabe afirmar que Comte formula una nueva metafísica. El idealismo y el esencialismo constituyen obstáculos epistemológicos (en el sentido planteado por Bachelard) en la tarea de reproducir en el plano del pensamiento la complejidad de la realidad social.

El paso de la “imaginación” a la observación se convierte en una tendencia inevitable, el camino necesario que debe recorrer la humanidad. El proceso aparece desligado de su relación con la reproducción de las condiciones de vida de los seres humanos (la reproducción de las relaciones sociales) y queda reducido al despliegue de los “principios” propios del espíritu humano.

Villa del Parque, sábado 19 de enero de 2013

NOTAS:

(1) En este trabajo utilizo la siguiente edición: Comte, Auguste. (1999) [1° edición: 1844]. Discurso sobre el Espíritu Positivo: Discurso preliminar del Tratado filosófico de astronomía popular. Madrid: Biblioteca Nueva. La traducción es de Eugenio Moya.

(2) Salvo el pasaje de pág. 71, donde relaciona el estado alcanzado con la cuestión de la raza (por supuesto, la raza blanca ocupa el escalón superior de la evolución).

lunes, 7 de enero de 2013

LOS LÍMITES DEL PENSAMIENTO “CRÍTICO” EN CIENCIAS SOCIALES



Loïc Wacquant (Montepellier, 1960) es un sociólogo francés, discípulo de Pierre Bourdieu. A diferencia de otros exponentes del mundo académico, que suelen huir de los problemas terrenales como de la peste, Wacquant se ha comprometido con la denuncia del neoliberalismo y de las miserias sociales que éste ha potenciado. Es, pues, un representante del progresismo en el mundo académico, alguien que siente malestar por la situación social y que no elige esconder la cabeza ante una realidad que es cualquier cosa menos bonita. Sin embargo, y precisamente porque Wacquant pretende transformar lo existente, su concepción del papel de la sociología (de la teoría social en general) expresa las limitaciones de un modelo de ciencia social que la burguesía (permítaseme el uso de este término “perimido”) ha construido a su imagen y semejanza.

Para explicar lo anterior, elegí un texto breve de Wacquant, “Pensamiento crítico como disolución de la doxa”, reunido en una compilación de sus trabajos titulada Las dos caras de un gueto: Ensayos sobre marginalización y penalización. (1).

En el artículo, Wacquant aborda la cuestión de los alcances del pensamiento crítico en ciencias sociales. Para ello comienza definiendo las distintas acepciones del término crítica:

“Se pueden atribuir dos acepciones al término «crítica». En primer lugar, una acepción que podría denominarse «kantiana», que designa, en la línea del pensamiento del filósofo de Königsberg, el examen evaluativo de las categorías y formas de conocimiento con el fin de determinar su validez y su valor cognitivos; en segundo lugar, una acepción marxiana, que se dirige con las armas de la razón hacia la realidad sociohistórica para sacar a la luz las formas ocultas de  dominación, con el fin de hacer aparecer, en negativo, las alternativas que esas formas obstruyen y excluyen (Max Horkheimer definía como «teoría crítica»  aquella teoría que es a la vez explicativa, normativa, práctica y reflexiva). A mi juicio, el pensamiento crítico más fructífero es el que se sitúa en la confluencia de estas dos tradiciones y que, por tanto, une la crítica epistemológica y la crítica social, y cuestiona de forma constante, activa y radical las formas establecidas de pensamiento y las formas establecidas de vida colectiva, el «sentido común» o la doxa (incluida la doxa de la tradición crítica) y las relaciones sociales y políticas tal como se establecen en un determinado momento en una sociedad dada.” (p. 205).

Para Wacquant, la teoría social tiene que combinar la crítica epistemológica y la crítica de las relaciones sociales existentes. En otras palabras, debe encarar a la vez la crítica del sentido común de la sociedad y la crítica de la política de esa sociedad. Es más, la crítica se potencia en la medida en que pueda darse la confluencia de los dos aspectos de la misma. En palabras de Wacquant:

“El pensamiento crítico es aquel que nos proporciona, a la vez, los medios para pensar el mundo tal como es, y tal como podría ser.” (p. 206).

¿Quién puede estar en contra de una frase tan simpática? Salvo los defensores recalcitrantes del orden existente, todo pichón de científico y/o teórico social pondría la firma debajo de la misma sin pensar demasiado. Haría esto, en parte porque en un mundo que se caracteriza por el predominio de las desigualdades, la frase expresa un sentimiento inconformista y un anhelo de cambio; en parte, también, porque la frase levanta la autoestima del científico social, que aparece como un factor central en el cambio social, al ser el encargado de “proporcionar” las herramientas para llevar adelante el cambio social.

No obstante, si algo enseña (o debería enseñar) el llamado pensamiento crítico es a desconfiar de las frases que son aceptadas por casi todo el mundo. De hecho, cualquier hijo de vecino sin estudios universitarios interpelar a los intelectuales “críticos”: 

“ – Todo muy lindo, señores académicos, pero yo saco muy pocas ventajas del predominio de las buenas intenciones en el mundo universitario. Mientras ustedes medran con la crítica, pues gracias a ella sacan chapa de progres y obtienen becas, cargos y otras yerbas, yo tengo que seguir viajando en tren o en colectivo a mi trabajo, donde el gerente no permite ninguna manifestación del pensamiento crítico. Y, a fin de mes, me importa mucho más tener dos mangos para la comida que todas sus reflexiones sobre la necesidad de darle palos al sentido común.”

Es cierto que los académicos progresistas suelen conceder muy poca entidad a estos reproches. De hecho, prefieren ignorarlos y seguir hablando de las bondades del pensamiento “crítico”. Hacer otra cosa implicaría replantearse el sentido y el contenido del propio trabajo, y este camino conduce a padecer problemas crónicos de digestión. Así, pues, la desconexión entre el pensamiento académico y la inmensa mayoría de las personas que viven en un mundo marcado por multiplicidad de formas de explotación y sometimiento, es casi absoluta y es profundizada en todo momento por el discurso y la práctica de los académicos progresistas. Wacquant llega a expresar esto al responder a la pregunta acerca de  la influencia del pensamiento “crítico” en la actualidad:

“Arriesgándome a contradecirme, me atrevería a decir que es a la vez extremadamente fuerte y terriblemente débil. Fuerte en el sentido de que nunca las capacidades teóricas y empíricas de comprensión del mundo han sido tan grandes como ahora (…) nunca ha habido tantos investigadores en ciencias sociales, ni tantos intelectuales en un sentido amplio, como en nuestros días (…), surge la tentación de concluir que nunca la razón ha tenido tantas posibilidades de triunfar sobre la arbitrariedad histórica de los asuntos humanos. Y, sin embargo, este mismo pensamiento crítico es terriblemente débil, por una parte, porque con demasiada frecuencia se deja encerrar y ahogar en el microcosmos universitario (…) y, por otra, porque en la actualidad se encuentra frente a una verdadera muralla china simbólica formada por el discurso neoliberal y sus derivados, que han invadido todas las esferas de la vida cultural y social, y porque debe hacer frente, además, a la concurrencia de un falso pensamiento crítico que, bajo la apariencia de un lenguaje supuestamente progresista que se refiere al sujeto, la identidad, el multiculturalismo, la diversidad y la mundialización, invita a la sumisión frente a las fuerzas del mundo, y concretamente a las fuerzas del mercado. “(p. 206-208).

Wacquant caracteriza con precisión la situación del pensamiento “crítico”. De un lado, fortalecimiento de su influencia en el mundo académico (hoy cualquier programa de una asignatura social para la escuela secundaria, terciaria o universitaria plantea entre sus objetivos, “promover el pensamiento crítico”); del otro, extrema debilidad al momento de constituirse en una fuerza capaz de contribuir a la realización de cambios concretos de la estructura social. En criollo, y sin temor al reduccionismo, cabe decir que el pensamiento “crítico” puede ser definido como “jarabe de pico”, en la medida en que su predominio en el discurso académico es directamente proporcional a su inoperancia en el plano de la práctica social.

Pero Wacquant falla en desarrollar las causas de la impotencia del pensamiento “crítico”. En el fondo, su diagnóstico no va más allá de la enunciación de causas intelectuales, sin atender a las causas materiales. Así, la falta de resultados de la crítica obedece a que el campo intelectual se encuentra dominado por una verdadera “internacional neoliberal”, que difunde aquello que nuestro autor llama “la falsa ciencia”, esto es, los postulados del neoliberalismo. (p. 210). Es decir, los teóricos sociales son muchos pero no pueden horadar la coraza del neoliberalismo. El dominio de las instituciones académicas y de los organismos internacionales por los neoliberales garantiza su hegemonía en el plano intelectual.  De paso, cabe acotar que el predominio del pensamiento neoliberal no nace de un repollo o de las bondades de las ideas neoliberales, sino que es el resultado de las tremendas derrotas sufridas por los trabajadores en las décadas del ’70 y del ’80 del siglo pasado.

Pero si esto es así, ¿por qué las instituciones universitarias siguen produciendo tantos intelectuales “críticos”?, ¿por qué la burguesía financia a tantos candidatos al papel de “enterradores” del mundo neoliberal? Como todos sabemos, los empresarios no actúan por caridad y no hay razones por las que hagan una excepción con los intelectuales “críticos”. ¿Por qué mantener a tantos intelectuales que les patean en contra? 

No es este el lugar para desarrollar todas las complejidades de la cuestión de la formación de los intelectuales en la sociedad capitalista. Prefiero optar por indicar una cuestión, a sabiendas de que se trata de un reduccionismo, aunque sea un reduccionismo necesario, debido a que ha sido olvidada por los intelectuales “críticos”. Si los empresarios y el Estado pagan la formación y la subsistencia de tantos intelectuales críticos, es porque la labor de los mismos les reditúa algún beneficio. Nótese que, mientras que todo asalariado sabe por amarga experiencia que todo tiene precio en este mundo, los intelectuales “críticos” olvidan con facilidad que su manutención obedece a un propósito definido. El Estado y los empresarios financian a los intelectuales “críticos”, les dejan jugar con sus abstracciones y con sus proyectos, porque de ese modo garantizan que sean absolutamente inofensivos. Esto es así porque el precio que pagan los intelectuales “críticos” por el sostén que les proporcionan el Estado y los empresarios es su radical alejamiento de las luchas de aquellos que sostienen con su trabajo al sistema capitalista en su conjunto. Desde esta óptica, y más allá de las intenciones personales de tal o cual científico social, los trabajadores o, más genéricamente, los pobres son útiles en la medida en que les permiten justificar su “derecho” a percibir un salario, una beca o un premio. En el límite, es preciso que haya pobres y que haya explotación porque de ese modo el intelectual “crítico” puede justificar la presentación de sus trabajos sobre la pobreza y la explotación. El intelectual “crítico” de esta época precisa del mantenimiento de la miseria y de la explotación, pues la supresión de éstas lo dejaría sin derecho al salario.

El encierro en el ámbito académico no es una tara pasajera de los intelectuales “críticos”, sino que es la condición misma de su supervivencia. Las instituciones académicas en general funcionan aislando a los intelectuales potencialmente peligrosos para el sistema capitalista en cápsulas de rebeldía inofensiva. Guste o no, los papers no cambiarán el mundo, así como tampoco un discurso que mente reiteradamente a los pobres y a los trabajadores. En una sociedad mercantil, en la que todo se compra y se vende, y en la que sin dinero es imposible sobrevivir, los intelectuales “críticos” compran su derecho a la existencia con la aceptación acrítica de las reglas de juego capitalistas.

Esta es la causa de la debilidad del pensamiento “crítico” mencionada por Wacquant. Decir que su impotencia obedece al predominio del neoliberalismo es no decir demasiado, puesto que en toda sociedad donde una clase ejerce la dominación, las ideas de esa clase son las que predominan en la sociedad. La pólvora ya ha sido descubierta…

Wacquant es certero al momento de aludir al peso de los intelectuales que trabajan directamente para el sistema (los “neoliberales”), pero es extremadamente vago al momento de explicar la incapacidad de los “críticos”. En mi opinión, el problema radica en que hablar de la impotencia de los intelectuales “críticos” supone referirse a los límites mismos del mundo académico (aún del progresismo académico). Hacerlo supone poner en peligro las fuentes de la propia manutención, y eso es algo que los “críticos” no están dispuestos a hacer. De este modo, se opera el “milagro” de que quienes supuestamente más aborrecen al sistema capitalista terminan por convertirse en pilares del mismo.

La solución al dilema del intelectual “crítico” no se encuentra en la academia ni en los libros. Desde que el mundo es mundo, las transformaciones sociales han sido obra de las masas y no de los filósofos. Cuando Wacquant alude a la crítica kantiana, omite que dicha crítica formaba parte del proyecto político de la burguesía, que le disputaba el poder a la nobleza. Ni hablar del marxismo, que sostenía que el socialismo sólo era posible en la medida en que encarnara en la clase trabajadora. Las transformaciones sociales son obra de las multitudes, no de los intelectuales. Verdad olvidada en estos tiempos que corren.

¿En qué clase social, en qué sectores políticos, se apoyan los intelectuales “críticos” para cambiar el mundo? Es difícil pensar que el mundo pueda ser cambiado de raíz por los intelectuales. Tampoco por los profesionales que mandan a sus hijos a las universidades. El capitalismo sólo puede ser transformado en otra cosa por quienes padecen la explotación, por quienes sufren en carne propia la realidad que es tratada de modo abstracto por los académicos. El intelectual “crítico” es impotente en la medida en que elige, por convicción o por necesidad, aislarse de los explotados. ¿Qué estar del lado de los explotados es difícil y no parece haber perspectivas de cambio real? ¡Más vale! Pero, ¿es posible estar en otro lugar si se rechaza visceralmente la explotación capitalista?

En pocas palabras, ¿se puede ser intelectual “crítico” aceptando la explotación capitalista y alejándose de quienes la sufren? 

Si la respuesta es no, está claro que hay que asumir riesgos y entender que la búsqueda de la comodidad no es el camino para cambiar la realidad. Nada de esto es novedoso. Las cosas siempre han sido difíciles cuando se trata de luchar contra quienes detentan el poder en la sociedad. 


Villa del Parque, lunes 7 de enero de 2013

NOTAS:    
                                                                                     
(1) Wacquant, Loïc. (2010). Las dos caras de un gueto: Ensayos sobre marginalización y penalización. Buenos Aires: Siglo XXI. El artículo “Pensamiento crítico como disolución de la doxa” (pp. 205-212) es el resultado de un diálogo con filósofos argentinos que tuvo lugar en Buenos Aires en abril de 2001, y fue publicado bajo el mismo título en ADEF: REVISTA DE FILOSOFÍA,  26, 1, mayo de 2001, pp. 129-134.

jueves, 3 de enero de 2013

RESPETANDO AL CAPITAL



Leonardo Grosso es diputado nacional y dirigente del Movimiento Evita, una de las organizaciones que constituyen el kirchnerismo. En el día de la fecha, el diario LA NACIÓN reproduce una entrevista que le realizó el periodista Gabriel Sued. Como Grosso es un exponente de lo que podríamos llamar la “izquierda” del kirchnerismo, resulta de interés comentar algunas de sus afirmaciones, en la medida en que expresan el pensamiento de dicha corriente política.

Es verdad que se trata de una entrevista, y relativamente breve por añadidura, pero no obstante esto, Grosso aporta algunas declaraciones significativas. Para ordenar la exposición, voy a tomar en consideración tres temas abordados en el reportaje:

a) La caracterización de los saqueos ocurridos en diciembre de 2012.

 Grosso aporta aquí un matiz diferenciado respecto a la versión canónica expuesta por los voceros del kirchnerismo (como el caso de Juan Manuel Abal Medina). Si bien defiende la tesis de que “Hubo algunos que fagocitaron hechos delictivos para desestabilizar”, reconoce que existieron condiciones materiales que posibilitaron su realización. Así, y diferenciándose un tanto del slogan del “robo organizado”, el diputado afirma que: 

“Se pararon sobre una realidad que todavía no hemos resuelto y que no negamos, que tiene que ver con que 30 años de neoliberalismo dejaron a sectores en la marginalidad. Existen deudas pendientes. Hay un sector de pibes que no trabaja ni estudia. Hay una necesidad de una reparación histórica, que ha sido saldada en gran medida por este gobierno.”

O sea, y con todos los reparos del caso (pues nuestro diputado en ningún momento se atreve a cuestionar un pelo de la política de Cristina Fernández), Grosso reconoce que existe algo que, usando un lenguaje antiguo, podríamos denominar “cuestión social”. Por supuesto, como el kirchnerismo es lo más grande que le ha pasado a nuestro país, se limita a afirmar que el hecho de que haya “sectores en la marginalidad”, que “un sector de pibes no trabaja ni estudia”, es responsabilidad de 30 años de neoliberalismo. En el medio olvida el pequeño detalle de que el kirchnerismo gobierna desde el 2003 y que Argentina experimentó una década de crecimiento económico sin precedentes. En ese período (el del mejor gobierno que tuvo la Argentina, para no entrar en discusión con el amigo Grosso), los empresarios “la levantaron con pala” (al dinero, no a los ladrillos o a la tierra), según las palabras de la misma Cristina Fernández. En medio de esa pujanza económica, muchos pibes no trabajan ni estudian, hay sectores que viven en la marginalidad  y un 35 % de los trabajadores saborean las delicias de trabajar en negro bajo la legislación laboral del peronismo menemista. ¡Y todo ello bajo un gobierno que está llevando adelante la “liberación nacional y social”!

El lector no debe pensar que en mis palabras se esconde un “ánimo destituyente”. Hay que recordar que con motivo de la sanción de la reforma de la ley de ART (Aseguradoras de Riesgo de Trabajo), el kirchnerismo y el PRO (una de las cabezas de la oposición “destituyente”) votaron juntos a favor de la mencionada reforma. La realidad es que la política económica kirchnerista, lejos de ser un motor de “emancipación nacional y social”, es creadora de desigualdad. Los saqueos de diciembre de 2012, junto con otros sucesos que se verificaron en los últimos años (a modo de ejemplo, puedo mencionar los hechos del Parque Indoamericano en diciembre de 2010), son expresiones de la desigualdad existente en nuestra sociedad, y que obedece a las características mismas del régimen de acumulación de capital impulsado por los gobiernos kirchneristas desde el 2003 hasta la fecha. Los defensores más lúcidos de la política oficial toman nota de la cuestión, la mencionan, pero por nada del mundo se atreven a mentar lo fundamental: los efectos de la política económica llevada adelante por el gobierno. 

Como ilustración de la actitud de algunos sectores del kirchnerismo, van algunos pasajes de una nota escrita por el periodista Alberto Dearriba en el diario TIEMPO ARGENTINO del sábado 22 de diciembre de 2012. Analizando los saqueos, Dearriba escribe lo siguiente: 

“…más allá de los efectos deletéreos de la crisis internacional y de situaciones puntuales, lo cierto es que el modelo kirchnerista choca con el límite de no lograr imponer una matriz de mejor distribución de la riqueza. Por el contrario, el crecimiento reproduce desigualdades, pese a los esfuerzos oficiales a favor de aumentar salarios mediante el sostenimiento de las paritarias y las jubilaciones por la vía de la actualización semestral. El permanente estímulo a la demanda agregada que realiza el gobierno, no es suficiente para perforar los bolsones de exclusión. La prosperidad no le llega a todos y cuando la crisis internacional golpea, los primeros en caer son obviamente los sectores más vulnerables. Está claro entonces que la tarea para el año nuevo, un año electoral, es ni más ni menos que imaginar transformaciones para que el crecimiento lo disfruten todos. Porque sobre esa situación de desigualdad se montan provocadores y delincuentes para llevar agua para sus molinos. Pero acusar sólo a los organizadores sin atender las razones profundas –es decir, la pobreza– es hacer lo de aquel hombre que encontró a su mujer infiel haciendo el amor con otro en un sofá. Y para terminar con el problema no se le ocurrió otra cosa que quemar el sofá. "

Como en el caso de Grosso, Dearriba no llega a la enormidad de criticar la política económica llevada adelante por el kirchnerismo. Pero es contundente en el reconocimiento del fracaso de las iniciativas dirigidas a morigerar las desigualdades; inclusive, reconoce que “el crecimiento reproduce desigualdades”. El amigo Grosso, que conoce por experiencia propia de la situación de las villas de emergencia y barrios del partido de San Martín, sabe que no exageramos al afirmar que el crecimiento de la riqueza ha profundizado la desigualdad en nuestra sociedad. Es verdad que muchos kirchneristas justifican la situación diciendo que es imposible construir política oponiéndose al capital. Tal vez eso sea cierto, tal vez no. Pero, ¿corresponde hablar de “emancipación nacional y social” cuando se reproduce la desigualdad? Cuando los pobres esperan el paso de los camiones del CEAMSE en José León Suárez con el objeto de hacerse de algo de comida-basura (literalmente), ¿se está realizando una “gesta emancipatoria”? En otras palabras, se puede hablar todo lo que se quiera de una relación de fuerzas desfavorable, pero es preciso comenzar siendo honestos. Aunque más no sea con el lenguaje. Esto, por supuesto, si se pretende hacer una política desde abajo y no desde los sectores que se ven favorecidos por la reproducción de la desigualdad. Aquí, como en tantas otras cosas, no hay nada nuevo bajo el sol.

b) La “justicia social”.

Frente a la “cuestión social”, el diputado Grosso propone como respuesta la “justicia social”.

¿Cómo entiende Grosso la “justicia social”?

“El todo [Se refiere a la expresión “vamos por todo”] es la justicia social. La oposición no lo entiende porque no tiene los pies en la tierra, no entiende la cara de la doña de La Matanza cuando le llegaba el agua, y Cristina abría la canilla. Decimos "vamos por todo" porque falta mucho, pero, a la vez, falta mucho menos también.”

En un país que ha crecido al ritmo de la Argentina en la última década, en un país en el que, repetimos, “los empresarios la levantan con pala” (Cristina dixit), resulta escandaloso que millones de argentinos no tengan agua potable, cloacas y que se vean obligados a vivir en medio de la basura. Todo ello en el país de Nordelta o de las casas del Calafate. Para el candoroso Grosso corregir un abuso escandaloso implica llevar adelante la “justicia social”. Hubo una vez en que el peronismo se caracterizó por su carácter plebeyo, por su irreverencia hacia lo establecido. En nuestros días, “el hecho maldito” ha mutado en un maldito conformismo hacia los poderes establecidos. Tal vez, y para ejercitar la memoria, nuestro diputado debería animarse a poner las patas en la fuente, rememorando esos días de octubre de 1945.

Pero la “justicia social” no se reduce a lo anterior. Grosso arremete contra la inflación y nos presenta la ansiada solución:

“Nosotros no decimos inflación, porque suena a ola desatada de aumento de precios sin racionalidad. Existe una puja de precios que tiene que ver con el crecimiento de consumo masivo. Otros gobiernos lo resolvían con ajuste o dolarización. Decidimos resolverlo enfocando el crédito a la producción, porque los precios van a bajar cuando haya más oferta y esto es recrear la industria nacional.”

Dejando de lado su curiosa definición del concepto de inflación, su propuesta para frenar el alza de precios consiste en… favorecer al capital. Ni una mención a la concentración del capital, a los oligopolios, a los monopolios, a las corporaciones (parece que con CLARÍN se acaba el repertorio). Si el Estado le presta a los privados para que hagan buenos negocios, todo estará solucionado. Pero, ¿la distribución de la propiedad no es en sí misma una cuestión política? La desigualdad que se reproduce en nuestro país, ¿no tiene que ver con esos mismos empresarios a los que hay que ofrecer créditos para que produzcan más? No pretendemos, por cierto, que el compañero Grosso adopte la visión de la “perimida” lucha de clases o que se convierta al no menos “obsoleto” marxismo o algo que se le parezca. Sólo pedimos que el compañero sea un poco más responsable en sus afirmaciones. Si hay menos ovejas en el rebaño, y de noche se oye aullar los lobos, es posible que los lobos tengan que ver con la desaparición de las ovejas. Si hay reproducción de la desigualdad, y “los empresarios la levantan con pala”, es posible que los empresarios estén involucrados en esa reproducción de la desigualdad. 

c) La filiación entre el kirchnerismo y las experiencias de los ’70.

Para termina esta nota, quiero hacer referencia la manera en que el diputado Grosso plantea la relación entre el kirchnerismo y el peronismo de los ’70. En sus palabras: 

“Voy al acto [Se refiere al acto por el Día del Montonero] desde los 11 años. Primero con mi papá y después hemos construido un homenaje a dos pibes que dieron su vida por un país distinto y que eligieron un camino, el de la lucha armada, que en ese momento no era tan loco, aunque hoy suene anacrónico. Rescatamos la experiencia política de Montoneros, pero no porque reivindiquemos la lucha armada.”

Más allá de que las experiencias revolucionarias que se dieron en Argentina entre 1969 y 1976 fueron mucho más que la lucha armada, Grosso no dice una palabra ni del contenido de la “experiencia política” de Montoneros ni del porqué la lucha armada no era en ese momento algo “tan loco”. Es verdad que se trata de una entrevista y no de un tratado, pero no está de más expresar con honestidad la propia posición. En rigor, Grosso prefiere hablar de mitos y no de cosas concretas, porque lo concreto implica definirse respecto a los poderes establecidos. Su valoración de las experiencias revolucionarias de nuestro pueblo se reduce a la enorme simpleza de la frase siguiente: 

“Tenemos la experiencia histórica de los 70, de los 50, de los 30. Tomamos las cosas buenas y tratamos de no repetir errores. Nos sentimos continuadores de la lucha de la JP de los 70, como también de la de los piqueteros en los 90.”

En otras palabras, tomamos lo “bueno” y descartamos lo “malo”. Claro que Grosso olvida decir, aunque sea una palabrita, acerca de qué considera como “bueno” y qué considera como “malo”. No va más allá de la obviedad de decir que la lucha armada es “anacrónica”. En criollo, a nuestro diputado le hace falta poner un poco de irreverencia en la vida. No respetar tanto lo establecido. Desde que el mundo es mundo, pelear por la “emancipación social” implica meterse en problemas. Grosso, como la izquierda kirchnerista en general, prefiere transar con el capital ante el temor de que un soplido de las corporaciones derrumbe toda la obra. Ahora bien, mientras tanto, “los empresarios la levantan con pala” (Cristina dixit). ¿Puede uno quedar bien con dios y con el diablo? Mejor dicho, y dado el contenido de la política económica del kirchnerismo, ¿el diablo puede salvar las almas de los pecadores?

Para hacer honor a la frase “combatiendo al capital” hay que empezar por reconocer que el capital genera explotación. Y, hasta donde sabemos, la explotación es desigualdad y miseria. No se trata de inventar de nuevo la pólvora.

Villa del Parque, jueves 3 de enero de 2013