martes, 31 de diciembre de 2024

FICHA: FRED BLOCK, LOS ROLES DEL ESTADO EN LA ECONOMÍA (1994)

 

Fred Block

 

Ariel Mayo (ISP J. V. González / UNSAM)

 

 

“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras,

sin fuerza para proteger al ser humano, en modo alguno.”

Thomas Hobbes, Leviatán

 

“...un príncipe que sea prudente y que, mediante leyes

que garanticen la libertad, proteja el trabajo honesto de la

 humanidad y dé a los súbditos incentivo para ello”

John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil

 

Fred L. Block (n. 1947) es un sociólogo estadounidense, profesor de Sociología en la Universidad de California Davis.  Su obra muestra la influencia del economista y antropólogo húngaro Karl Polanyi (1886-1964).

Block es autor de un artículo sobre el papel del Estado en la economía. Dicho texto es útil como introducción al problema, dado que presenta de manera didáctica varias cuestiones fundamentales. En la presente ficha de lectura (no pretende ser otra cosa), presentamos una síntesis del contenido del artículo de Block, siguiendo la estructura del mismo.

El texto cubre la experiencia del Estado moderno. Aprovecha los trabajos recientes de la sociología económica para cuestionar el viejo paradigma del rol del Estado en la economía formulada por los científicos sociales del siglo XIX. El capítulo se divide en dos secciones: 1) la descripción del viejo paradigma; 2) la descripción del nuevo paradigma y las líneas de investigación abiertas.

Puesto que se trata de una ficha de lectura, se ha optado por seguir la estructura del artículo, agregando comentarios y notas cuando nos ha parecido pertinente. Los comentarios se hallan encuadrados entre corchetes.

Referencia bibliográfica:

Block, F. (1994). Los roles del Estado en la economía. En Smelser, N. y Swedberg, R. (1994). The Handbook of Economic Sociology. Princeton, USA. (pp. 691-710)


El viejo paradigma (pp. 1-6)

Este paradigma se basa en dos supuestos: a) “estado y la economía son dos entidades analíticamente separables, cada una de las cuales opera de acuerdo a sus propios principios axiales” (p. 1); b) toda sociedad se ubica en un continuo que va desde el Estado minimalista del liberalismo clásico hasta el Estado socialista que absorbe las actividades de producción y distribución, eliminando el mercado.

El continuo resulta fundamental para comprender el viejo paradigma. Implica una apreciación normativa y puede ser caracterizado como “un paralelo exacto de un continuo político de izquierda-derecha. Cuando uno se mueve hacia la derecha se supone que esta a favor de un pequeño rol del estado, un movimiento hacia la izquierda supone un rol fuerte del estado” (p. 1)

Block expone cinco argumentos (que caracterizan, en rigor, a cinco tipos ideales) utilizados para justificar la intervención del Estado en la economía; los ordena desde el más derechista hasta el más izquierdista.

Tipo 1: Estado de bienes públicos

El Estado sólo debe proveer bienes públicos[1], es decir, aquellos que no pueden ser provistos por el mercado.

Hay tres categorías de bienes públicos: I) Los bienes y servicios que no pueden ser producidos de manera rentable por empresas privadas que actúan por sí mismas. Ejemplos: parques públicos; peajes en rutas y caminos; investigación científica; II) acciones gubernamentales dirigidas a reducir las externalidades negativas producidas por la acción económica privada (condiciones laborales inseguras, contaminación ambiental, productos adulterados, control de ciertos mercados por oligopolios o monopolios); III) los bienes públicos o bienes mixtos cuyo consumo individual crea externalidades positivas pero, debido a la distribución de ingreso, el consumo privado está debajo del nivel óptimo (educación pública, cuidado de la salud, vivienda, alimentación).

Existen diversas maneras de producir los bienes públicos o los bienes mixtos. Ejemplos: producción a cargo del gobierno; subsidiar a productores privados; asociación entre agentes públicos y privados.

En síntesis: “la consecuencia será extender el rol del estado hasta el nivel mínimo que permita mantener el orden público.” (p. 2) Sin embargo, la concepción del Estado proveedor de bienes públicos no permite ubicarlo de manera concluyente en el continuo. Así, “la retórica de los bienes públicos y externalidades puede ser fácilmente utilizada para justificar un régimen altamente extendido de regulación gubernamental.” (p. 2) Otros sostienen que, si existe competencia entre unidades económicas privadas, se obtiene la producción óptima de bienes públicos, y, por lo tanto, la provisión estatal debe reducirse al mínimo.

Tipo 2: Estado estabilizador macroeconómico

El rol primordial del Estado es mitigar los efectos negativos de los ciclos comerciales, es decir, “contener a la economía en tiempos de auge y prevenir caídas en un espiral fuera de control.” (p. 2) La mayor estabilidad y predictibilidad de la economía puede ser concebida como la provisión de un bien público; pero la estabilidad macroeconómica es más discutida (por ejemplo, los monetaristas la rechazan).

La intervención estatal en el ciclo económico se remonta al siglo XIX, época en que se desarrolló la idea de que las políticas monetaria y crediticia del gobierno pueden reducir los impactos del ciclo; en el siglo XX, el economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946) desarrolló la idea de sostener la demanda agregada[2].

El papel estabilizador se manifiesta en una amplia variedad de medidas (modificaciones en el tipo de cambio, ajustes en los códigos tributarios, incremento de los derechos de los sindicatos, aumento o disminución de los gastos gubernamentales, expansión o contracción de las transferencias y programas sociales, etc.). “También aquí la concepción del estado estabilizador no ofrece una conclusión definitiva sobre cuán grande debe ser el rol del estado en la economía.” (p. 3)

Tipo 3: Estado de derechos sociales

Se basa en el argumento de que la expansión del Estado en la economía constituye una derivación del significado de la ciudadanía. El argumento integra dos fenómenos: el rol del Estado en la regulación de las transacciones privadas y el rol del Estado en la provisión de ciertos bienes y servicios a los ciudadanos. El sociólogo inglés Thomas Humphrey Marshall (1893-1981) desarrolló el argumento principal de este modelo: la ciudadanía surgió en el siglo XVIII, limitada a los derechos civiles; en el siglo XIX los derechos civiles sirvieron de base para la obtención de los derechos políticos; en el siglo XX, apoyándose en los derechos políticos, los ciudadanos conquistaron los derechos sociales, que les permitieron mantenerse a resguardo del libre juego de las fuerzas del mercado[3]. Pero el esquema de Marshall no explica las variaciones en la aceptación y extensión de los derechos sociales en los países desarrollados. Además, “tal como en los otros conceptos, el concepto de derechos sociales tampoco nos determina una respuesta acerca de donde se debe ubicar el rol del estado en el continuo.” (p. 4)

Tipo 4: Estado desarrollista

Es, a la vez, la más antigua y la más moderna de las teorías sobre la intervención del Estado en la economía. En el siglo XIX, autores como el político estadounidense Alexander Hamilton (1757-1804) y el economista alemán Friedrich List (1789-1846), “insistieron en la idea de que la única vía para que sus naciones pudieran alcanzar a Inglaterra sería a través de un estado que desarrolle políticas activas para el crecimiento industrial.” (p. 4) Estas políticas activas consistían en: tarifas aduaneras, construcción de infraestructura, financiamiento para las empresas privadas.

En el siglo XX, Keynes sostuvo que “el nivel de inversión privada en las economías de mercado puede ser crónicamente insuficiente, de manera que la intervención estatal es permanentemente necesaria para asegurar un nivel de inversión adecuada” (p. 4) De modo que la socialización de la inversión es el único medio para mantener el desarrollo de la economía.

“Este argumento es analíticamente diferente de la concepción del estado-estabilizador que también es presentada por Keynes. Mientras el argumento de la estabilización sugiere la necesidad de intervenciones periódicas del estado para sobrellevar los ciclos, el argumento de la socialización de la inversión sugiere la necesidad de una permanente expansión del rol económico del estado.” (p. 4)

[Por ende, en este modelo la intervención estatal se vuelve un elemento central en el proceso económico.]

Tipo 5: Estado socialista

Se apoya en el argumento que sostiene que el rol del Estado en la economía debe incrementarse para eliminar las injusticias ocasionadas por la asignación de los recursos en el mercado. En la tradición marxista, sólo la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y del mercado puede eliminar las inequidades y la alienación. Eliminada la propiedad privada, los individuos asumirán el control de la economía, sin necesidad del Estado. La paradoja de este planteo radica en que los regímenes marxistas construyeron Estados poderosos; su participación en actividades económicas permitía considerarlos como forma extrema de Estado desarrollista.

Dentro del marxismo existe una tensión entre dos corrientes que explican de modo diferente las desigualdades generadas por el mercado. Para el marxismo científico, el mercado provoca el aumento de la desigualdad entre ricos y pobres; el énfasis está puesto en el concepto de explotación. Para el marxismo crítico, las transacciones en el mercado son deshumanizantes, someten a los seres humanos al cálculo instrumental y los fuerzan a poner en juego sus creencias y necesidades; el acento está colocado en el concepto de alienación.

Evaluación del viejo paradigma

El problema principal del paradigma es su indeterminación; se puede argumentar a favor de la implementación de una determinada política estatal desde cualquiera de los tipos ideales mencionados. Esto es consecuencia de que las diferentes posiciones ofrecen poca respuesta analítica. El autor señala que el paradigma se basa en dos conjuntos de prejuicios[4]: 1) el Estado es parásito y derrochador. En la producción de bienes públicos, los empleados públicos son menos productivos que los empleados privados; 2) en la visión del Estado socialista, el mercado es productor de inequidades y desigualdad.


El nuevo paradigma (pp. 6-14)[5]

Block comienza enunciando los rasgos principales del nuevo paradigma.

El punto de partida es el rechazo de la noción de intervención del Estado en la economía, pues el Estado desempeña siempre un rol importante en el proceso económico. Hay, por tanto, un rechazo de la escisión Estado - mercado.

El otro rasgo importante es el abandono de la concepción cualitativa de la relación Estado - economía, que pone el acento en el quantum de la intervención estatal y a partir de esa medida elabora niveles diferentes de intervención. En cambio, el nuevo paradigma se concentra en las diferencias cualitativas de la actividad estatal.

Mientras que el viejo paradigma se estructuró en torno a dos conjuntos de prejuicios, los supuestos del nuevo paradigma son diferentes: 1) la acción del estado es inevitable por que los estados son necesarios para constituir las economías; 2) los mercados son también rasgos inevitables de las organizaciones sociales por que, cuando los individuos deben tomar decisiones, los mercados representan un mecanismo lógico y exitoso de la suma de tales decisiones. Por lo tanto, lo importante es distinguir las formas específicas de articulación entre el Estado y los mercados.

Aquí la exposición es más desordenada. Block va enunciando algunos rasgos del nuevo paradigma a partir de intervenciones de sus adherentes en algunas cuestiones concretas. Por ejemplo, la restauración capitalista en los países del ex bloque socialista[6].

Otro punto importante del nuevo paradigma consiste en la negación de la concepción que sostiene que la Modernidad se caracteriza por la apertura de más mercados.

El nuevo paradigma se concentra en el análisis de los puntos de intersección entre Estado y mercados. En este sentido, pueden distinguirse cuatro puntos (todos ellos roles del Estado): I) el control de los activos productivos; II) el control de las obligaciones y responsabilidades en relaciones recurrentes; III) la provisión de medios de pago; IV) el manejo de los límites entre el territorio propio y el resto del mundo.

I) Control de los activos productivos:

En toda sociedad compleja el Estado tiene la función de establecer un régimen de derechos de propiedad. La concepción anclada en las ideas del filósofo inglés John Locke (1632-1704), según las cuales la propiedad es absoluta, no es ni posible ni deseable[7]. Además, las externalidades positivas y negativas propias de cualquier régimen de producción exigen el establecimiento de regulaciones al uso de los activos productivos.

II) La estructura de las relaciones recurrentes:

La regulación estatal, vinculada con las relaciones de propiedad, aparece en ciertas relaciones recurrentes: a) las de los miembros de la familia; b) las de los empleadores con los empleados; c) las de los arrendatarios con los propietarios de la tierra. El viejo paradigma, como ocurre en el punto I, acentuaba las discontinuidades entre las sociedades precapitalistas y el capitalismo; el nuevo paradigma plantea que las mismas no son tan importantes, y que la tipología status versus contrato es problemática.

“En pocas palabras, tanto en el sistema feudal como en el capitalista y el socialista los derechos básicos de empleadores y empleados son establecidos por la acción del estado” (p. 10). También la acción del Estado influye sobre las relaciones de trabajo.

III) Medios de pago: moneda y crédito.

IV) Administración de la frontera internacional:

En este punto, Block formula dos observaciones importantes. Por un lado, afirma que:

“Un estado, aisladamente, no tiene la capacidad de elegir libremente un conjunto de políticas para regular los movimientos de trabajo, mercancías y capitales a través de las fronteras internacionales. Es necesario formalizar una serie creciente de acuerdos internacionales que establezcan reglas que definan ciertas acciones del estado en este campo, así como legitimar algunas y deslegitimar otras.” (p. 13)

Por otro lado, sostiene que:

“Los poderes dominantes han tenido una influencia desproporcionada para establecer las “reglas internacionales del juego” que gobiernan las transacciones económicas. No obstante, los poderes dominantes han intentado ocultar ese ejercicio del poder invocando a la ciencia económica a fin de justificar un conjunto particular de reglas como productoras del mejor resultado posible.” (p. 14)

Finalmente, en la página 14 el autor enuncia sus conclusiones. Considero que ellas no aportan nada relevante a lo expuesto hasta aquí. En definitiva, se trata de un texto corto pero didáctico y útil para iniciar el estudio del papel del Estado en el capitalismo.

 

Balvanera, martes 31 de diciembre de 2024



[1] Los bienes públicos pueden definirse como mercancías o servicios “ que siendo ofrecidos para una persona pueden ser aprovechados por otras sin costos adicionales” [La definición es de Pearce. Por desgracia, la versión en PDF con la que trabajo no contiene las referencias bibliográficas.]

[2] “Keynes denomina demanda efectiva al punto de equilibrio y demanda agregada a la curva que reúne los niveles de gasto correspondientes a cada nivel de ocupación. La denominación remite al hecho de que los empresarios deben calcular por adelantado la demanda que corresponde a cada nivel de empleo. Necesitan ese dato, individualmente y como un todo, para decidir individualmente y como un todo, para decidir el volumen de ocupación en base a su estructura de costos correspondiente también a cada [nivel de empleo] N. Sólo el punto de la demanda agregada que corta a la función de oferta es un punto en que la demanda se hará efectiva: sólo en ese punto la oferta se iguala a la demanda. La función de demanda agregada relaciona las cantidades de empleo hipotéticas con las ventas que esperan obtener. En el punto en que se iguala con los costos se maximiza la ganancia esperada de los empresarios, ése es el significado del término demanda efectiva.” (Kicillof, A., Fundamentos de la teoría general: Las consecuencias teóricas de Lord Keynes, Buenos Aires, EUDEBA, 2008, p. 327).

[3] Ver al respecto Marshall, T. H. y Bottomore, T. (1998). Ciudadanía y clase social. Madrid, España: Alianza. 82 p. (El Libro Universitario. Ciencias Sociales, Ensayo). Traducción de Pepa Linares.

[4] Son prejuicios porque “se los presenta generalmente sin reservas, sin identificación del conjunto específico de circunstancias bajo las cuales estos resultados negativos pudieran ocurrir.” (p. 5)

[5] El nuevo paradigma surgió en la década de 1980. Block le da la denominación de reconstrucción de mercados, “debido a que el nuevo paradigma enfatiza el grado de elección posible en la reconstrucción de los mercados y la posibilidad de reconstituir mercados para lograr mayor eficiencia, mayor equidad u otros objetivos. (p. 6) En la base de la reconstrucción de mercados se encuentran varias influencias. Por un lado, si bien la teoría de Marx (1818-1883) está relacionada estrechamente con el viejo paradigma, el nuevo toma de ella la refutación de la universalidad de las leyes económicas (tesis desarrollada por la economía clásica). “Marx puso en evidencia el poder de las ideologías para lograr hacer que ciertos hechos económicos parezcan naturales e inevitables.” (p. 6)- Pero por otra parte influyeron en la conformación del paradigma: a) la tradición de la economía institucional y su crítica de los supuestos de la economía neoclásica; b) la tradición del legalismo real en EE.UU.; c) el movimiento de los estudios legales críticos; d) la obra del economista y antropólogo húngaro Karl Polanyi (1886-1964).

[6] Los partidarios de la reconstrucción de mercados rechazan la idea de que existe un solo camino para el pasaje de una economía socialista a una sociedad de mercado. Arguyen tres motivos: 1) “no existe una entidad coherente denominada “capitalismo de libre mercado”, las sociedades de mercado existentes varían significativamente en las formas en que sus instituciones económicas están estructuradas.” (p. 7); 2) “en el proceso de transición hacia un nuevo tipo de economía el estado debe jugar un rol absolutamente central en la formación de nuevos derechos de propiedad y nuevos mercados.” (p. 7); 3) “las sociedades tienen un amplio rango de elección para encontrar los caminos para combinar los mercados y la acción del estado, y de hecho existen múltiples combinaciones que pueden producir razonables niveles de rendimientos económicos” (p. 7)

[7] Cabe recordar que Locke afirmaba que la propiedad privada ya existía en estado de naturaleza (el estado presocial que precede a la sociedad surgida del contrato social, según los filósofos contractualistas). En cambio, el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) sostenía que la propiedad privada era una creación del Estado: “es inherente a la soberanía el pleno poder de prescribir las normas en virtud de las cuales cada ser humano puede saber qué bienes disfrutar y qué acciones puede llevar a cabo sin ser molestado por cualquiera de sus conciudadanos. Esto es lo que los seres humanos llaman propiedad. En efecto, antes de instituirse el poder soberano (....) todas las personas tienen derecho a todas las cosas, lo cual es necesariamente causa de guerra; y, por consiguiente, siendo esta propiedad necesaria para la paz y dependiente del poder soberano es el acto de este poder para asegurar la paz pública. Estas normas de propiedad (o meum y tuum) y de lo bueno y lo malo, de lo legítimo e ilegítimo en las acciones de los súbditos, son leyes civiles, es decir, leyes de cada Estado particular” (Hobbes, T., Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil, México, D. F.,  Fondo de Cultura Económica, p. 146-147).

domingo, 22 de diciembre de 2024

KANT, ¿QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN? (1784): FICHA DE LECTURA

 

 


Ariel Mayo (ISP J. V. González / UNSAM)

 

“Nada está más allá del poder del pensamiento,

salvo lo que implica contradicción absoluta.”

David Hume (1711-1776)

 

Leer los clásicos es un viaje al futuro. El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) no es la excepción a esta regla. Su intento de definir los alcances de la Ilustración, ese vasto movimiento filosófico y cultural que se desarrolló en el siglo XVIII, nos interpela directamente a quienes vivimos en el siglo XXI. Esa interpelación es tanto más fuerte debido a que la razón se ha vuelto exclusivamente instrumental[1] o es negada en aras de los sentimientos (que operan como herramientas para asegurar la dominación de quienes se sirven de dicha razón instrumental). En pocas palabras, en la actualidad la razón ha sido “cancelada” en tanto vía para lograr la emancipación humana (mejor dicho, la idea misma de “emancipación humana” ha sido borrada del horizonte intelectual de nuestra época). De ahí que volver al viejo Kant, quien reivindicaba el papel emancipador de la razón, resulte una manera de conectarnos con nuestro presente y con nuestro futuro.

El texto elegido es el famoso artículo Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung? [Contestación a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?], publicado originalmente en la revista Berlinische Monatsschrift [Berlín, Prusia] en diciembre de 1784.

El artículo de Kant puede dividirse en tres partes: 1) la definición del concepto de Ilustración; 2) la distinción entre uso público y uso privado de la razón; 3) la evaluación de las posibilidades de desarrollo futuro de la Ilustración.

Dado que se trata de una ficha de lectura, se ha optado por seguir la estructura del artículo, agregando comentarios y notas cuando nos ha parecido pertinente. Los comentarios se hallan encuadrados entre corchetes [].

Referencia bibliográfica:

Kant, I. (2013). Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? En ¿Qué es la Ilustración? y otros escritos de ética, política y filosofía de la historia (pp. 85-98). Madrid, España: Alianza. Traducción de Roberto R. Aramayo.

La sigla AK significa Edición de la Academia: Escritos completos de Kant; los números romanos remiten al número de tomo y los arábigos al de la página. Ejemplo: AK, VIII, 35 significa Escritos completos de Kant, tomo VIII, pág. 35. Además, se ha incluido el número de página correspondiente a la traducción de Roberto R. Aramayo.


¿Qué hay que entender por Ilustración?

El punto de partida kantiano es la definición de Ilustración: “significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo” (AK, VIII, 35; pág. 87).

Kant entiende por minoría de edad la “incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro.” AK, VIII, 35; pág. 87). Las causas de esta incapacidad son “pereza y cobardía” (AK, VIII, 35; pág. 87). Se trata de una situación cómoda, pues “no me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa tarea” (AK, VIII, 35; pág. 88). Quienes se encargan de tutelar a los seres humanos no están interesados en que ellos salgan de esa tutela, pues dichos tutores se benefician con ella. Para ello utilizan: “Reglamentos y fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso racional - o más bien abuso - de sus dotes naturales, constituyen los grilletes de una permanente minoría de edad.” (AK, VIII, 36; pág. 88)

¿Por qué afirma que uno mismo es responsable? Porque la causa de la falta de entendimiento es la “falta de resolución y valor para servirse del “suyo propio [del propio entendimiento] sin la guía de algún otro” (AK, VIII, 35; pág. 87).

[Hay que apuntar dos cosas: a) la noción de “minoría de edad” cobra especial relevancia en estas primeras décadas del siglo XXI, en las que se ha decretado la muerte de la Ilustración a manos del posmodernismo. En la actualidad, pocas personas quieren pensar por sí mismas, en buena medida porque están convencidas de que ello sólo trae angustia y frustración. Derrotadas de antemano, se sumergen en ese Leteo perverso que es el sistema conformado por los medios de comunicación y las redes sociales; b) la propuesta kantiana naufraga en el hecho de que considera que sólo puede llegarse a la Ilustración mediante esfuerzos individuales y no por medio de un movimiento colectivo. En este sentido, el énfasis kantiano en la individual deja de lado la preocupación por la modificación de las condiciones materiales de vida, algo que necesariamente debe acompañar al esfuerzo por pensar por sí mismo. ]

Kant propone la consigna Sapere aude[2], es decir: “ten valor para servirte de tu propio entendimiento” (AK, VIII, pág. 87), como lema de la Ilustración. Ahora bien, para que el público se ilustra es preciso que se le conceda libertad. Pero los prejuicios difundidos por los tutores hacen que el público se oponga a quienes piensan por sí mismos[3]; por esto, las personas sólo pueden acceder lentamente a la Ilustración.

Kant considera que una revolución no servirá a los fines de la Ilustración, pues:

“Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición, pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar; bien al contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.” (AK, VIII, 36; pág. 89)

Descartada la vía revolucionaria, insiste con la cuestión de la libertad. Para lograr la Ilustración, “tan sólo se requiere libertad y, además, la más inofensiva de cuantas puedan llamarse así: el hacer uso publico de la propia razón en todos los terrenos” (AK, VIII, 37; pág. 90).

En este punto, formula un diagnóstico sombrío: “impera por doquier una restricción de la libertad”. (AK, VIII, 37; pág. 90)[4].


Uso público y uso privado de la razón

Kant distingue entre uso público y uso privado de la razón. El primero es definido como “aquél que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese público que configura el universo de los lectores.” (AK, VIII, 37; pág. 90); el segundo, es el “que cabe hacer de la propia razón en una determinada función o puesto civil, que le haya sido confiada” (AK, VIII, 37; pág. 90).

El uso público “tiene que ser siempre libre y es el único que puede procurar ilustración entre los hombres” (AK, VIII, 37; pág. 90). En cambio, el uso privado tiene que muchas veces que ser restringido, sobre todo para el mejor funcionamiento de las tareas estatales[5]. Pero el funcionario puede hacer uso público de la razón “en su condición de alguien instruido que se dirige sensatamente a un público mediante sus escritos” (AK, VIII, 37; pág. 91). En tanto funcionario (es decir, en el desempeño de esas funciones de funcionario) no es libre, pues está “ejecutando un encargo ajeno” (AK, VIII, 38; pág. 93).

Para examinar los alcances y limitaciones de ambos usos de la razón, Kant toma el caso de las organizaciones eclesiásticas.

En este sentido, se pregunta qué hacer si una asociación eclesiástica se organiza para ejercer una tutela incesante sobre todos sus miembros, para no variar una coma de la doctrina. Y se responde: “yo mantengo que tal cosa es completamente imposible” (AK, VIII, 39; pág. 93). El contrato propuesto por dicha organización es “absolutamente nulo o inválido”; no se puede frenar la Ilustración; no se puede condenar a la generación siguiente a no ilustrarse. Hacer eso implicaría cometer un “crimen contra la naturaleza humana” (AK, VIII, 39; pág. 93).

Aquí introduce un juicio de valor al afirmar que “el destino primordial” de la naturaleza humana consiste en el progreso de la Ilustración[6].

Ahora bien, ¿como resolver la cuestión de las organizaciones eclesiásticas? Propone la siguiente ley:

“Que todo ciudadano y especialmente los clérigos sean libres en cuanto expertos para expresar públicamente, o sea mediante escritos, sus observaciones sobre los defectos de la actual institución; mientras tanto el orden establecido perdurará hasta que la comprensión sobre la índole de tales cuestiones se haya extendido y acreditado públicamente tanto como para lograr, mediante la unión de sus voces (aunque no sea unánime), elevar al trono un propuesta para proteger a esos colectivos que, con arreglo a sus nociones de una mejor comprensión, se hayan reunido para emprender una reforma institucional en materia de religión, sin molestar a quienes prefieren conformarse con el antiguo orden establecido.” (AK, VIII, pág. 39; pág. 94)

Kant también aborda la cuestión de la monarquía. En este punto su propuesta es cauta, resulta evidente que  no quiere ir de frente contra la institución monárquica.

El objetivo de Kant es lograr la coexistencia del orden existente con cualquier mejora “presente o auténtica” del sistema político [o sea, más libertad][7].  Por ello opina que el rey “daña su propia majestad cuando se inmiscuye sometiendo al control gubernamental los escritos en que sus súbditos intentan clarificar sus opiniones” (AK, VIII, 40; pág. 95).


El futuro de la Ilustración

Por último, Kant aborda la respuesta a la pregunta: ¿Vivimos actualmente en una época ilustrada? Su respuesta es categórica: ¡no! Sin embargo, ello no significa que la Ilustración no se esté expandiendo. Al respecto argumenta lo siguiente: 

“Pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal como están dadas las cosas todavía falta mucho para que los hombres, tomados en su conjunto, puedan llegar a ser capaces o están ya en situación de utilizar su propio entendimiento sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros indicios de que ahora se le ha abierto el campo para trabajar libremente en esa dirección y que también van disminuyendo paulatinamente los obstáculos para una ilustración generalizada o el abandono de una minoría de edad de la cual es responsable uno mismo. Bajo tal mirada esta época muestra puede ser llamada época de la Ilustración o también el Siglo de Federico[8].” (AK, VIII, 40; págs. 95-96)

Manifiesta optimismo hacia el futuro:

“Los hombres van abandonando poco a poco el estado de barbarie gracias a su propio esfuerzo, con tal de que nadie ponga un particular empeño por mantenerlos en la barbarie.” (AK, VIII, 41; pág. 97).

Sobre el final del artículo aborda la objeción acerca de por qué se ocupa tanto de la religión y no de cuestiones políticas. Dice dos cosas: a) la minoría de edad en materia religiosa es “la más nociva e infame” (AK, VIII, 41; pág. 97)[9]; b) los mandatarios no se preocupan por ser tutores de los súbditos en las artes y las ciencias. Pero se puede ir más lejos de ésta primera Ilustración y pasar a hacer uso de la razón en el tema de la legislación, dado que ello no constituye peligro alguno pues el ilustrado Federico II de Prusia posee un ejército numeroso “para la tranquilidad pública de los ciudadanos [y la suya propia]. De este modo, Federico II puede decir: “Razonad cuanto queráis y sobre todo cuanto gustéis, ¡con tal de que obedezcáis!” (AK, VIII, 41; pág. 97) [Más claro imposible. El desarrollo de la Ilustración no debe ir en contra de la monarquía prusiana. Si ello ocurriese, la monarquía dará garrotazos a quienes se atrevan a discutirla. Se trata, pues, de una Ilustración controlada, cuyos límites son fijados desde el Estado. Por esta razón Kant prefiere centrar su crítica en el ámbito religioso, en el que corre menos riesgo que enfrentando al Estado prusiano.]

Entonces, se da una paradoja: Un grado mayor de libertad civil es bueno para la libertad espiritual del pueblo, pero le coloca “límites infranqueables”; en cambio, un grado menor de libertad civil permite un mejor desarrollo de la libertad espiritual. En consecuencia, Kan prefiere un desarrollo lento pero seguro [tal como se indicó más arriba, no ve con buenos ojos la ruptura violenta del orden político]. Ello llevará con el tiempo a que el gobierno considere conveniente “tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad” (AK, VIII, 42; pág. 98).

 

Balvanera, sábado 21 de diciembre de 2024

 



NOTAS:

[1] El filósofo y sociólogo alemán Max Horkheimer (1895-1973) describe así a la razón instrumental: “Al abandonar su autonomía, la razón se ha convertido en instrumento (...) La razón aparece como totalmente sujeta al proceso social. Su valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los seres humanos y la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. Las nociones se redujeron a síntesis de síntomas comunes a varios ejemplares. Al caracterizar una similitud, las nociones liberan del esfuerzo de enumerar las cualidades y sirven así a una mejor organización del material del conocimiento. Vemos en ellas meras abreviaturas de los objetos particulares a los que se refieren. Todo uso que va más allá de la sintetización técnica de datos fácticos (...) se ve extirpado como una huella última de la superstición. Las nociones se han convertido en medios racionalizados, que no ofrecen resistencia, que ahorran trabajo. Es como si el pensar mismo se hubiera reducido al nivel de los procesos industriales, sometiéndose a un plan exacto; dicho brevemente, como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción.” (Horkheimer, M., Crítica de la razón instrumental, Madrid, Editora Nacional, 2002, pág. 26).

[2] Locución latina que puede traducirse como “Atrévete a saber”. Esta frase fue acuñada por el poeta romano Horacio (65-8 a. C.) en su Epístola II del Epistularum liber primus, publicado en 20 a. C.

[3] Kant hace una aguda observación sobre el poder de los prejuicios: "...así de perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban por vengarse de quienes fueron sus antecesores o sus autores." (AK, VIII, 36; pág. 89)

[4] Un poco más de veinte años antes de la publicación del artículo de Kant, el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) escribía lo siguiente: “El hombre ha nacido libre, y por doquiera está encadenado. Hay quien se cree amo de los demás, cuando no deja de ser más esclavo que ellos.” (Rousseau, J. J., Del contrato social. Discurso sobre las ciencias y las artes.Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid, Alianza, 2000, pág. 26).

[5] El gobierno promueve una “unanimidad artificial” para lograr los fines públicos (AK, VIII, 37; pág. 91).

[6] Para la concepción del progreso propia de la Ilustración es preciso ir a la obra del filósofo francés Condorcet (1743-1794), Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain, 1795. Hay edición española: Condorcet. (1980). Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano. Madrid, España: Editora Nacional. 249 p. (Clásicos para una Biblioteca Contemporánea; 2). Traducción de Marcial Suárez.

[7] Mucho tiempo después, el filósofo y sociólogo francés Auguste Comte (1798-1857), sintetizó dicha idea en la frase “Orden y progreso”.

[8] Alaba así a Federico II de Prusia (1712-1786; tercer rey de Prusia, cuyo reinado se extendió desde 1740 hasta 1786)), al que caracteriza como un rey que considera como un deber suyo no prescribir nada en cuestiones de religión (AK, VIII, 40; pág. 96).

[9] Unos sesenta años después, Karl Marx (1818-1883) volvía sobre el tema de la relevancia de la crítica de la religión: “En Alemania la crítica de la religión ha llegado en lo esencial a su culminación y la crítica de la religión es la premisa de toda crítica. (...) La superación de la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es la exigencia por su dicha real. La exigencia de abandonar las ilusiones sobre una circunstancia en la exigencia para que se abandone un estado de cosas que necesita de ilusiones. La crítica de la religión es, pues, en germen, la crítica del valle de lágrimas cuyo halo de santidad es la religión.” (Marx, K., Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel: Introducción. En Escritos de Juventud sobre el Derecho: Textos 1837-1847, Barcelona: Anthropos., 2008, pág. 95-96).