lunes, 25 de septiembre de 2023

EL LIBERALISMO CONTRA LA AUTORREGULACIÓN DEL MERCADO: COMENTARIOS SOBRE LOCKE

 

Ariel Mayo (UNSAM / ISP Joaquín V. González)

 

Francisco de Goya, El sueño de la razón produce monstruos


 

“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras,

sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.”

Thomas Hobbes, Leviatán (1651)

 

John Locke (1632-1704) puso las bases del liberalismo en su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690)[i]. Dada la importancia que tienen en la actualidad los políticos y los partidos que se reivindican liberales, resulta útil revisitar los planteos lockeanos, para comprender las continuidades y las rupturas entre el liberalismo de nuestros días y el liberalismo clásico.

Como dispongo de poco espacio, comenzaré haciendo un resumen de los postulados fundamentales del Segundo Tratado. Locke afirma que existe un estado previo a la existencia de la sociedad y el Estado, al que denomina estado de naturaleza, conformado por individuos que viven sin lazos sociales que limiten sus acciones. La sociedad no existe naturalmente; por el contrario, para existir requiere de un acto de voluntad de las personas, quienes deben tomar la decisión de abandonar el estado de naturaleza. Pero esa decisión no es algo obvio para quienes viven en el estado presocial, pues allí gozan de la libertad y la propiedad. En efecto, en el estado de naturaleza, las personas crean su propiedad privada mediante el trabajo, transformando y apropiándose los objetos con su esfuerzo físico y mental; incluso, toman la decisión de conceder al oro y a la plata un valor superior a su utilidad y, así, permitir la compra de bienes en cantidades superiores a las necesidades del comprador, abriendo la puerta para la distribución desigual de la riqueza[ii]. En pocas palabras, en el estado de naturaleza hay propiedad privada, dinero, compra y venta de mercancías, desigualdad de fortuna entre los individuos: es una economía mercantil en estado puro. ¡Y todo ello sin tener que pagar impuestos ni verse sometidos a las regulaciones estatales! Es el Edén de los propietarios.

En este punto cabe preguntarse: si en el estado de naturaleza los individuos gozan de la propiedad que forjan con su trabajo y son libres de hacer lo que les plazca, ¿por qué optan por abandonar ese estado idílico y formar una sociedad? En otros términos, ¿los seres humanos no pueden autorregularse sin necesidad del poder estatal?

Ahora bien, puesto que el estado de naturaleza no es otra cosa que una economía mercantil pura, la pregunta precedente puede reformularse así: ¿el mercado puede autorregularse?

Aquí llegamos al núcleo del problema. El liberalismo clásico (Locke) responde negativamente a la pregunta formulada en el párrafo anterior. Muchos liberales actuales, en cambio, afirman que la respuesta es afirmativa y por eso cargan contra el Estado, al que achacan la responsabilidad de todo los males pasados, presentes y futuros. La cuestión excede el marco de la filosofía política (y también el de la economía), y se convierte en un problema político, cuya importancia salta a la vista.

Este ensayo se divide en dos partes: en la primera se esbozan las razones por las que se pasa del estado de naturaleza a la sociedad política, según lo expuesto por Locke; en la segunda se desarrollan algunas consideraciones acerca de los errores de la tesis de la autorregulación del mercado.


Las razones para salir del estado de naturaleza, o de la inevitabilidad del Estado para la economía de mercado:

Locke discute la posibilidad de que los seres humanos se autorregulen en el capítulo 9 (De los fines de la sociedad política y del gobierno). Su presentación de la cuestión es clara y precisa:

“Si en el estado de naturaleza la libertad de un hombre es tan grande como hemos dicho; si él es el señor absoluto de su propia persona y de sus posesiones en igual medida que puede serlo el más poderoso; y si no es súbdito de nadie, ¿por qué decide mermar su libertad? ¿Por qué renuncia a su imperio y se somete al dominio y control de otro poder?” (p. 134)

La respuesta cae como un mazazo sobre la tesis de la autorregulación: en el estado de naturaleza predomina la incertidumbre; nadie está seguro de que su propiedad no le sea arrebatada por otra persona; la libertad se convierte en miedo.

“Aunque en el estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin embargo, expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido por otros. Pues, como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que él, cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un hombre tiene en un estado así es sumamente inseguro.” (p. 134).

O sea, el estado de máxima libertad se convierte en el estado de máxima incertidumbre. La paradoja se comprende si se tiene en cuenta que los individuos que viven en el estado de naturaleza se comportan como propietarios privados que llevan sus mercancías al mercado y, por ende, compiten entre sí para obtener mayores beneficios. El estado de naturaleza es, repito, una economía de mercado ideal. Por eso Locke concibe la naturaleza humana como la naturaleza del productor de mercancías: es la naturaleza de un individuo egoísta (sólo piensa en sí mismo y ve a las demás personas como medios para alcanzar sus fines mercantiles) y competitivo[iii]. En cada individuo prima la búsqueda del propio beneficio, por ende es imposible que se impongan las leyes de la naturaleza, es decir, aquellas surgidas de la razón y que llaman a respetar la vida, la libertad y la igualdad de todos los seres humanos. Casi nadie (siendo generosos) respeta “la equidad y la justicia”.

Para que la propiedad privada, la libertad y el mercado puedan subsistir se vuelve imprescindible la creación de una institución capaz de regular a los individuos y poner un límite a la lucha entre ellos. Ese límite es el Estado (la sociedad política):

El grandes y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo un gobierno es la preservación de la propiedad, cosa que no podían hacer en el estado de naturaleza, por faltar en él muchas cosas” (p. 135; el resaltado es mío – AM-).

Locke es taxativo: en el estado de naturaleza no se preserva la propiedad privada, que es el núcleo de la sociedad burguesa. Los seres humanos no pueden autorregular sus relaciones sociales, ni de proporcionar, por ende, las seguridades necesarias para el funcionamiento normal de la economía de mercado.

Tres carencias del estado de naturaleza impiden que pueda garantizar la preservación de la propiedad privada: a) la ausencia de una ley establecida, fija y conocida por todas las personas; 2) la falta de “un juez público e imparcial, con autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres, según una ley establecida” (p. 135); 3) la falta de un poder que respalde y empodere a las sentencias de ese juez.

El Edén de los propietarios se convierte en la pesadilla de los propietarios y éstos se pechan por salir de ese estado y constituir la sociedad política:

“Así, la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes (…) Pues los inconvenientes a los que están allí expuestos (inconvenientes que provienen del poder que tiene cada hombre para castigar las transgresiones de los otros) los llevan a buscar protección bajo las leyes establecidas del gobierno, a fin de procurar la conservación de su propiedad.” (p. 136).

La propiedad privada necesita del Estado para subsistir. Para Locke no hay nada más que decir sobre esta cuestión.


La utopía de la autorregulación del mercado:

Si bien Locke no tiene nada más para decirnos acerca de las razones del pasaje del estado de naturaleza a la sociedad política, nosotros estamos obligados a seguir adelante para desarrollar el argumento contra la tesis de la autorregulación de la economía de mercado. Dicha tesis aparece, aunque matizada (al fin y al cabo se reconoce la existencia y la necesidad del Estado, pues de lo contrario se caería en el disparate), en los manuales de economía que se leen en las universidades

Tal como se indicó, el estado de naturaleza es el Edén de los propietarios, una economía mercantil pura. Allí los propietarios individuales utilizan dinero y acumulan riquezas mediante el trabajo y el uso del oro y la plata. No pagan impuestos, pues no hay Estado. En esa economía idealizada sólo hay individuos, pues precisamente la economía mercantil disuelve los grupos sociales. En el imperio de la mercancía no hay espacio para la solidaridad entre los seres humanos.

Pero ese Edén se desvanece rápidamente dado que los seres humanos son incapaces de autorregularse debido a las peculiaridades de su naturaleza, pues son seres egoístas que siguen su propio interés y que no pueden regularse sin intervención externa. En otras palabras, economía mercantil y Estado constituyen un par inseparable. Las tres carencias mencionadas por Locke son otros tantos indicadores de la incapacidad de la economía mercantil para regularse a sí misma y, en definitiva, para preservar lo más sagrado del capitalismo: la propiedad privada.

Del análisis de Locke se concluye que la utopía liberal de la autorregulación de la economía de mercado es inviable, pues esta no puede constituir ninguna comunidad estable ni garantizar la seguridad de la institución esencial del capitalismo: la propiedad privada. De ahí que el Estado venga a establecer la unidad necesaria para que los individuos propietarios no caigan a la guerra de todos contra todos. La exposición lockeana de los motivos por los que los individuos deciden abandonar el estado de naturaleza muestra con claridad la mencionada inviabilidad.

“Pero aunque los hombres, al entrar en sociedad, renuncian a la igualdad, a la libertad y al poder ejecutivo que tenían en el estado de naturaleza (…), esa renuncia es hecha por cada uno con la exclusiva intención de preservarse a sí mismo y a preservar su libertad y su propiedad de una manera mejor (…) Y por eso, el poder de la sociedad o legislativo constituido por ellos, no puede suponerse que vaya más allá de lo que pide el poder común, sino que ha de obligarse a asegurar la propiedad de cada uno, protegiéndolos a todos contra aquellas tres deficiencias (…) que hacían del estado de naturaleza una situación insegura y difícil.” (pp. 137-138)

Locke elabora, desde el liberalismo, una refutación radical del argumento que afirma que el mercado puede autorregularse. La economía de mercado llevada a su estado puro se desintegra a sí misma. Asoma, pues, el Leviatán…

 

 

Balvanera, lunes 25 de septiembre de 2023


NOTAS:

[i] Para la redacción de este ensayó utilicé la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, J. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. 238 p. (El libro de bolsillo, Área de conocimiento: Humanidades; 4415). La primera edición de la obra se publicó con autor anónimo en 1689, si bien en la portada figura la fecha 1690: Two Treatises of Government In the Former, The False Principles, and Foundation of Sir Robert Filmer, and His Followers, Are Detected and Overthrown. The Latter Is an Essay Concerning The True Original, Extent, and End of Civil Government. Londres: Awnsham Churchill.

[ii] Ver el desarrollo de este argumento en el cap. 5 del Segundo Tratado.

[iii] El contexto social e histórica modela la conciencia, pone los moldes – los límites – de lo que puede llegar a pensar el individuo. Una vez más (tal como pensaba Marx) el ser social determina la conciencia. Por eso, dos filósofos tan distintos como Hobbes y Locke, imaginan una naturaleza humana semejante, cuyo rasgo central es el egoísmo y que se plasma en individuos egoístas que ven a los otras personas como competidores). Esa naturaleza no es otra cosa que la idealización de las relaciones sociales propias de una economía mercantil.