“Lo mismo ocurre en los negocios del
estado;
cuando se prevén los peligros (..)
pronto se conjuran;
pero sí, desconociéndolos, se los deja
crecer
de modo que nadie los advierta, son
irremediables.”
Maquiavelo
Maquiavelo (1469-1527) puede ser considerado como el primer científico social. [1] Algunas de las razones que justifican esta afirmación serán desarrolladas en la presente ficha. Pero antes de comenzar con el desarrollo de la argumentación es preciso aclarar un malentendido. La manera de abordar la problemática social llevada adelante por el florentino desconcierta a quienes están acostumbrados a un modelo de ciencia social plasmada en el actual sistema académico, una de cuyas características destacadas es la separación entre teoría y práctica. Maquiavelo, en cambio, no concibe la ciencia separada de la práctica; así, en El príncipe rehuye el distanciamiento entre el momento de la reflexión sobre los hechos políticos y el momento de la acción, dado que los concibe como una unidad. En la concepción maquiavélica, el saber político debe servir para que el príncipe conquiste y/o conserve el poder, por eso la obra mencionada adopta la forma de consejos dirigidos al gobernante, ilustrados con ejemplos de la historia.
Una aclaración más. A lo largo de esta ficha empleo
indistintamente los términos ciencia política, ciencia de la política, ciencia
de la sociedad. Si bien este no es el lugar para desarrollar la cuestión, hay
que decir que dicho empleo se corresponde con una concepción que defiende la
unidad del estudio de la sociedad y rechaza su división en compartimentos
separados (sociología, economía, ciencia política, etc., etc.). En este
sentido, Maquiavelo esboza los primeros lineamientos de una ciencia de la política
que es, ante todo, ciencia de la sociedad, y ello se observa especialmente en
el capítulo 25 de El príncipe, a cuyo análisis está dedicada la
ficha.
Noticia bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha utilicé la
traducción española de Luis A. Arocena: Machiavelli, N. (1955). El príncipe.
Madrid, España: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente. 621 p.
(Biblioteca de Cultura Básica). El capítulo 25, titulado “De lo que influye la
fortuna en las cosas humanas y del modo de contrarrestarla” se encuentra en las
pp. 444-448.
- El problema de la relación determinación-voluntad en el período del
surgimiento de los Estados nacionales: la necesidad de una ciencia de la
política
La aparición del Estado nacional requirió la
creación de una nueva ciencia de la política. Maquiavelo, quien por esas
paradojas de la historia vivió en un país que no logró unificarse políticamente
hasta el último tercio del siglo XIX, emprendió la tarea de sentar las bases de
esa ciencia. Para ello, desembarazó el análisis político de la influencia de la
religión y de la moral. Para el florentino, el objetivo de la política en tanto
actividad práctica es la conquista (y mantenimiento) del poder [2]; frente a
este propósito, toda otra consideración resulta secundaria. Desde su
perspectiva, la creación de Estados nacionales (Francia, España, Inglaterra)
era un paso necesario, pues fortalecía el poder estatal al superar la
fragmentación imperante durante el período medieval; sin un Estado fuerte, el
objetivo primordial de la política se volvía difícil de mantener, dado que un
poder débil es frágil e inestable. Conquistar el poder no alcanza, es preciso
mantenerse en él y ello resulta más sencillo en un Estado nacional que en una
ciudad-Estado como Florencia.
En Maquiavelo la concepción de una nueva ciencia
política es el producto de la conciencia de una ausencia que impacta
dolorosamente: la falta de un Estado nacional dejaba a Italia a merced de las
invasiones de sus poderosos vecinos (España, Francia) [3]. En este
sentido, y aunque la obra puede considerarse también como un manual para
conquistar y conservar el poder, El príncipe tiene el objetivo
primordial de contribuir a la constitución de un Estado nacional italiano,
capaz de sostener la independencia del país.
Maquiavelo dedica el capítulo 25 del Príncipe
al abordaje del problema de la relación entre determinación (que puede
ser económica, social, política, etc.) y la voluntad (la acción
consciente de los individuos). Pocas cuestiones son tan centrales para las
ciencias sociales como ésta. Ante todo, porque si todo es azar resulta
imposible hacer ciencia, pues el conocimiento científico comienza
por la identificación de regularidades, de hechos y comportamientos que se
repiten. Si todo es azar no hay ciencia posible.
Pero eso no es todo. A la inversa, si todo está
determinado no nos queda nada por hacer, pues nada puede cambiarse. Estamos
librados, por así decirlo, a la voluntad de Dios. En este escenario tampoco es
posible hacer ciencia, salvo que la entendamos como teología, como indagación
de la voluntad de Dios. Ahora bien, si dejamos de lado el azar y la
determinación, todavía queda una tercera cuestión: si la voluntad lo puede todo
nos encontramos obligados nuevamente a reconocer la imposibilidad de la
ciencia, dado que las regularidades y las leyes (si existen) pueden ser
anuladas en todo momento y lugar por la acción de la voluntad.
La construcción de una ciencia de la sociedad exige
la resolución del problema de la relación entre determinación y voluntad. Es
por eso que todos los precursores y fundadores de las ciencias sociales se
vieron obligados a abordar la cuestión. En verdad, puede afirmarse que toda
reflexión sobre la sociedad arranca de la pregunta ¿qué podemos hacer? Esta consideración
práctica lleva a preguntarse por los límites de nuestra voluntad y, por ende, a
interrogarnos por el modo en que la sociedad (o la familia, el grupo, etc.)
pone esos límites. [4]
Pero ni la bronca ni la voluntad alcanzan para
construir un Estado fuerte. Hace falta el conocimiento de los medios para
llegar al poder y para conservarlo. Sin ese saber la reflexión sobre la
política se diluye en abstracciones sin importancia política. Maquiavelo
comprendió por amarga experiencia que los políticos no persiguen ni el bien
común ni la consecución de principios morales; su actividad está regida por el
propósito de conquistar el poder. La incomodidad que aún hoy provoca el
florentino es consecuencia de su abordaje científico de los objetivos y
prácticas de la política, a la que despoja de vestiduras morales. [5]
El primer paso en la construcción de la
ciencia política consistió en adoptar una actitud mental diferente ante los
fenómenos políticos. Maquiavelo desacralizó y desmoralizó a la ciencia
política: separó el análisis de los hechos de la religión y la moral. Dejó de
lado las justificaciones de los actores políticos y se concentró en el
contenido de sus acciones. Comprendió que la política es, sobre todo, una
práctica centrada en el poder y que, por tanto, la política no puede desligarse
de esa práctica sin perder solidez. Maquiavelo, contemporáneo de Thomas More
(1478-1535), fue tan ácido como éste en la crítica de las costumbres de la
época, pero evitó cuidadosamente el caer en la utopía. El realismo maquiavélico
expresó la aparición del espíritu científico moderno, que irrumpió en el
terreno sagrado de la política.
Sin embargo, la adopción de una nueva actitud
mental no garantizaba tener el camino despejado en la construcción de la
ciencia política. Había que resolver, aunque fuese de manera provisoria,
multitud de problemas. La dilucidación de la relación entre determinación y
voluntad era una de las mayores dificultades a afrontar. La Iglesia, por
ejemplo, defendía la tesis de que los hechos políticos se hallaban dominados
por la omnipotencia divina. Aclarar el contenido de la relación equivalía a
desbrozar el terreno para una concepción terrenal, científica, de lo político.
Esta es la tarea que Maquiavelo llevó adelante en el capítulo 25.
2.
El papel de la
fortuna
Maquiavelo comienza por distinguir los términos del
problema, y ello lo lleva a afrontar una dificultad adicional: la creación de
un lenguaje provisto de conceptos adecuados para describir científicamente los
hechos políticos. Hay que tener presente, además, que la ciencia de la política
no podía distanciarse de los hechos, so pena de caer en el pecado de la
abstracción ineficaz.
La palabra fortuna designa el azar, lo
contingente que, por tanto, no puede preverse:
“No
ignoro que muchos han creído y creen todavía que las cosas de este mundo las
dirigen la fortuna y Dios, sin ser dado a la prudencia de los hombres hacer que
varíen, ni haber para ellos remedio alguno; de suerte que, siendo inútil
preocuparse por lo que ha de suceder, lo mejor es abandonarse a la suerte.” (p.
444)
Lo distintivo de la fortuna es que obra sin tomar
en cuenta a las personas. Frente a ella no somos nada o, mejor dicho, somos
juguetes de sus caprichos. Los seres humanos nada podemos contra ella;
únicamente nos queda someternos y aceptar nuestro destino. En este punto no
importa si se trata de la fortuna (el azar) propiamente dicho o de Dios, pues
los designios de este último son inescrutables.
Maquiavelo observa que la creencia en la
omnipotencia de la fortuna se ve alimentada por los cambios económicos,
sociales y políticos que se sucedían a comienzos del siglo XVI. [6] Esta
creencia se fortaleció en los siglos siguientes en la medida en que se
consolidaron las relaciones sociales capitalistas, pues esta forma de
organización social se caracteriza por la revolución permanente de las
condiciones de vida. De este modo, una sociedad en la que impera el cambio
tiende a volverse devota de la fortuna, aun cuando ese cambio vaya de la mano
con el desarrollo de las ciencias y de la tecnología. La velocidad y la
extensión del cambio hacen que las personas se sientan impotentes frente a él,
y busquen refugio en las teorías conspirativas, en la astrología y en las
religiones. Al mismo tiempo, la creencia en la fortuna obstaculiza la
posibilidad del surgimiento y crecimiento de la ciencia de la sociedad, por los
motivos que ya han sido explicados.
Maquiavelo no niega la existencia de la fortuna;
todo lo contrario, ella es inseparable de los asuntos humanos. En rigor, si
todo fuese previsible, la ciencia política sería inútil, dado que bastaría con
tomar nota de lo que ocurre. Por lo tanto, Maquiavelo descubre que para hacer
ciencia es preciso optar por una solución intermedia:
“Creo
que de la fortuna depende la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja a
nosotros dirigir la otra mitad, o casi.” (p. 444).
La ciencia política debe ser, en la concepción de
Maquiavelo, la mediadora entre la fortuna y los seres humanos, cumpliendo el
papel de voluntad previsora, algo que desarrollaremos en el siguiente apartado.
3.
La virtud como saber
previsor
La condición de posibilidad de la ciencia es la
existencia de un espacio más o menos amplio de indeterminación. La vida social
no es puro azar ni se halla completamente determinada; en cada coyuntura, las
personas y los grupos sociales deben elegir entre varias alternativas. En otras
palabras, estamos obligados a actuar sin saber de antemano el resultado de
nuestras acciones.
De manera que nos encontramos forzados a elegir
entre caminos alternativos. Se requiere entonces de una ciencia de la política
que permita delimitar los alcances y los riesgos de las opciones posibles en
cada coyuntura. Maquiavelo concibe a esa ciencia como previsión, como
herramienta que aminore las consecuencias de aquello que está determinado y, en
definitiva, como construcción de una nueva determinación, cuya peculiaridad
estará dada por ser el producto de la voluntad consciente de los seres humanos.
Maquiavelo lo explica por medio de un ejemplo:
“Comparo
aquélla [la fortuna] con un río de rápida corriente que, cuando sale de madre,
inunda la llanura, derriba árboles y casas, arranca terrenos de su sitio y los
lleva a otro. Del ímpetu de sus aguas huye todo el mundo, pero esto no
impide que al volver a su cauce, los hombres construyan diques y canales para
precaver, en otras crecidas, las inundaciones y los estragos.” (p. 445).
La nueva ciencia de la sociedad debe proporcionar
las indicaciones para construir los diques y canales que contengan los embates
de la fortuna. Maquiavelo no puede ser más claro: la elaboración de esa ciencia
comienza en el reconocimiento de la capacidad humana para forjar una realidad
diferente. Maquiavelo se anticipa dos siglos a la tesis central del pensamiento
político de la Ilustración.
Maquiavelo denomina virtud al saber que permite
prever los acontecimientos. Esa virtud no es otra cosa que la ciencia política,
y sus dos condiciones de posibilidad son: a) la existencia de una zona de
indeterminación (los hechos no están determinados ciento por ciento); b) la capacidad
humana de modificar la realidad. Pero Maquiavelo carece de instrumentos
suficientes y no puede ir más allá de formular ciertas reglas muy generales,
ilustradas con ejemplos de la política de su época.
Sin embargo, y a pesar de la mencionada carencia de
herramientas, Maquiavelo logra ir más allá en su fundamentación de la ciencia
política. La idea de que la fortuna [la determinación] regula una parte de los
asuntos humanos y que, por tanto, hay siempre una zona de incertidumbre,
tiene un corolario: las regularidades y las leyes que las explican no se dan ni
en todos los casos ni son válidas para todas las épocas y lugares. Aunque como
ciencia la política debe aspirar a buscar lo común en la multiplicidad de
acciones y situaciones, no puede separarse mucho de la coyuntura. Ello la
obliga a tomar en cuenta las variaciones incesantes. Nada en la sociedad
permanece igual a sí mismo. En consecuencia, dejar de lado el cambio supone
renunciar a hacer ciencia.
4.
Cambia, todo cambia
Maquiavelo dedica el resto del capítulo 25 a
enfatizar el papel del cambio en la política práctica (y, por ende, la
importancia de tomarlo en cuenta al momento de construir la ciencia política).
El cambio de las circunstancias y de los actores
vuelve ineficaces las técnicas utilizadas con éxito en el pasado. En este
sentido, un príncipe que se aferre a la política que lo llevó al éxito
probablemente termine fracasando.
En la sociedad nada permanece igual a sí mismo, y
esto es especialmente notorio en política, donde múltiples actores se disputan
el poder. Las alianzas, las separaciones, la acción de los factores externos,
etc., están a la orden del día. El tiempo pasa, las cosas cambian, los
políticos declinan.
“En
mi sentir propera todo el que procede conforme a la condición de los tiempos, y
se pierde el que hace lo contrario.” (p. 445).
Una vez que reconoce la centralidad del cambio, la
ciencia política debe abocarse al estudio de “la condición de los tiempos”.
Este es el principal objetivo de la virtud. Por el momento, Maquiavelo se
dedica a defender la idea de que el político tiene que amoldarse al cambio de
los tiempos.
“De
aquí nace, como he dicho, que dos, obrando de distinto modo, logren igual fin,
y de dos que hagan lo mismo, uno consiga su propósito y el otro no, porque hay
tiempos en que las precauciones y la prudencia son buenas; y al príncipe que
usa de ellas le aprovechan, pero si los tiempos cambian y él no varía de
conducta, se arruina.” (p. 446)
Debido a lo anterior, el éxito en política es
muchas veces la vía segura al fracaso, si no se toma en cuenta la modificación
de las circunstancias. La razón que explica esta paradoja consiste en la
eficacia de los medios utilizados (vgr. calma, impetuosidad, etc.) depende de
“la condición de los tiempos”. Por este camino llegamos a una constatación
fundamental: la eficacia de un medio depende de la coyuntura, no hay medios
esencialmente eficaces o ineficaces. Más en general, no existen las esencias,
existen las relaciones.
Maquiavelo concluye afirmando:
“Variando
la fortuna, y empeñados los hombres en no cambiar de conducta, prosperan
mientras los tiempos están de acuerdo con ésta, y, en falta de dicha
conformidad, se arruinan.” (p. 447)
La afirmación precedente señala el punto de llegada
de las reflexiones maquiavélicas en lo que hace al problema de la relación
entre fortuna y virtud. Si bien en El príncipe se encuentran otros
aportes significativos para la construcción de una ciencia de la sociedad, lo
expuesto en el capítulo 25 despeja el camino para esa construcción.
Villa del Parque, martes 8 de marzo de
2022
NOTAS:
[1] El sociólogo argentino Juan Carlos Portantiero
(1934-2007) caracteriza la contribución de Maquiavelo al desarrollo de la
ciencia de la sociedad: “El punto de ruptura de esa tradición [de la filosofía
política], que permitirá progresivamente la constitución autónoma del conjunto
de las hoy llamadas ciencias sociales, se halla en el Renacimiento. El
precursor reconocido para este nuevo continente del conocimiento será Nicolás
Maquiavelo (1469-1527), cuya obra marca la liberación, para la reflexión sobre
la política, de sus condicionantes teológicas o filosóficas. Lo que podríamos
llamar ciencia política, esto es, teoría del gobierno y de las relaciones entre
el gobierno y la sociedad, es el primer campo secularizado del saber que habrá
de irse constituyendo dentro del orden más vasto de las ciencias sociales.
Campo en el que coexisten al lado de las prescripciones de lo científico -aún
balbuceante- las sutilezas del "arte", es decir, los cánones para la
acción que permitan diferenciar al "buen" del "mal"
gobierno.” (Portantiero, J. C., La sociología clásica: Durkheim y Weber.
Estudio preliminar)
[2] Al decir poder me refiero al Estado, al
gobierno.
[3] La rabia de Maquiavelo ante la indefensión de
Italia se plasma con vehemencia en el último capítulo del Príncipe (el
número 26, titulado “Exhortación para librar a Italia de los bárbaros”). Allí
escribió lo siguiente: “para aquilatar el valor de un genio italiano era
indispensable que Italia llegase a la triste situación en que hoy se encuentra,
siendo más esclava que los hebreos, más sirva que los persas, estando más
dispersos sus habitantes que los atenienses; sin jefe, sin organización,
batida, saqueada, destrozada, pisoteada, sufriendo toda clase de calamidades.”
(Maquiavelo, El príncipe, op. cit., p. 456)
[4] Algunos pueden afirmar que no existen límites
para nuestra voluntad. Si bien corresponde debatir esta afirmación y refutarla
cuidadosamente, por el momento cabe decir que es más una expresión patológica
que una proposición seria.
[5] El escritor italiano Traiano Boccalini
(1556-1613), en su obra Ragguagli di Parnaso (1612-1613) le hace decir a
Maquiavelo: “Yo no comprendo por qué se me quiere condenar no habiendo yo hecho
otra cosa que describir la conducta y las acciones de los príncipes tal cual se
narran en todas las historias: si ellos no son castigados por lo que hacen,
¿debo yo ser condenado a las llamas por haber descrito sus acciones?” (Boccalini,
citado en Maquiavelo, op. cit., p. 374)
[6] “En nuestra época han acreditado esta opinión
[que la fortuna dirige los asuntos humanos] los grandes cambios que se han
visto y se ven todos los días, superiores a toda humana previsión.”
(Maquiavelo, op. cit., p. 444)
2 comentarios:
Excelente.
Muchas gracias por comentar. Saludos,
Publicar un comentario